Existen días en los que observar y escribir sirve como una catarsis emocional:
Y aquí estoy de nuevo en esta vieja silla.
Sentada, esperando que un joven se acerque.
Que me pregunte si quiero bailar con él mientras extiende su mano.
Pero no sucede nada…
El salón está repleto de hombres y mujeres,
danzan de un lado a otro como si no hubiera un fin.
La música estremece los oídos, a penas y puedes escuchar tus pensamientos.
Miro de un lado a otro, y ahí estás tú.
La manera en que la miras,
en cómo tus manos se deslizan alrededor de su cintura
y sus ojos siempre conectados crean una perfecta armonía.
Un vínculo especial.
En cada vuelta, un beso;
y yo, mirando desde lejos.
Observo sus movimientos y los gestos románticos a cada segundo.
Mi corazón no pudo evitar sentirse débil ante su presencia,
y extrañar tus abrazos, nuestras bromas, las risas y los bailes.
Ahora permanezco en silencio,
anhelo poder levantarme y bailar;
sentirme halagada por algún comentario dulce y sutil.
Nada.
Sigo esperando.
Sigo sentada
preguntándome las razones por las que no me miran.
Vislumbro a mis amigos.
Se acercan, y sonrío porque pienso que lo harán.
Que me tomarán de la mano para bailar.
Me saludan y se van.
Lo conozco, lo he visto en alguna parte.
Viene hacia mí.
Estoy preparada.
Alarga la mano y la joven de a lado se pone de pie,
y él la guía hasta la pista.
Mis lágrimas corren,
pero nadie se percata de eso.
Todos ríen, bailan, conversan.
Es temprano para volver,
apenas empezó el verdadero baile.
Pero yo me voy.
No tiene sentido que me quede.
Salgo en silencio.
Nadie lo nota.
Me echo a llorar,
mis lágrimas se confunden con la lluvia torrencial.
Me pregunto por qué no puedo disfrutar esta etapa de mi vida.
Por qué ir a esas actividades me hacen sentir triste y vacía.
Por qué no puedo hacer amigos, conocer a nuevas personas.
No debería sorprenderme.
Siempre ha sido así.
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Luego del siguiente poema, te compartimos “Eres la chispa que aviva mis álgidas perversiones”.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Jaclyn Lisa.
