Esta prosa no lleva por caminos nostálgicos; continúa leyendo…
Escribo desde mi antiguo dormitorio, desde las cuatro paredes abrazadas por el moho y suciedad. Todo está como lo había dejado la última vez: las cosas abandonadas en el mismo lugar, mis objetos favoritos llenándose de polvo dejando bajo ellos un espacio libre de partículas. Veo mis trofeos y mis fotografías, unas torcidas, otras perdiendo su color. Recuerdo las cosas y menguo en mis pensamientos, en la profundidad del mar.
Veo mi sombra atravesar la ventana que daba al exterior, dando saltos o largos pasos. Ese electrificante aroma a nostalgia entra por aquella ventana, tal y como lo hacía cuando yo deambulaba por aquí años atrás. Me arrodillo al suelo y junto mis manos, buscando plegarias que tal vez se encuentren escondidas en el desierto que abunda. Pero, ¿a qué le rezaría? Ya había asesinado a mis santos meses atrás.
Regresaba con el presentimiento, con la corazonada y la falsa esperanza de volver a encontrarme, sentado en el suelo, con la sonrisa inocente que me había regalado mi madre el día que la vi llegar desde el campo minado. Buscaba en mi antiguo dormitorio las tibias manos de la mujer que me regaló mi providencia, de la mujer cuyo aroma calmaba los latidos de mi corazón. Buscaba a mi madre.
Desearía limpiar el desastre que sabe escabullirse de mi vista, ordenar todo y sellarlas en las canastas de mimbre que tejía a diario con ella, pero simplemente no puedo, la extraño y quiero verla.
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Perdí a mi madre, a mi padre y a la lluvia el mismo día es un poema que no puedes perderte; hay mucho talento esperando a ser visto, disfrútalo.
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Las fotografías que ilustran el texto pertenecen a Bryan Durushia; conoce más sobre su trabajo dando click aquí.