Existen muchas mujeres que son más una Lilith que una Eva; tres dignas representantes del género femenino que llevan con orgullo el espíritu de la primera mujer.
Ella nos da su sangre, ella nos cría,
no ha hecho el cielo cosa más ingrata,
es un ángel y a veces una arpía.
– Lope de Vega.
Me gustan las palabras, me intrigan. Cada una esconde una historia y a mí me fascina asomarme a su interior. Soy, pues, un aficionado a desnudar palabras.
En días pasados me llegó, sin que yo lo buscara, un artículo que intenta explicar el origen de la palabra mujer. En tal texto se afirma que no se tiene certeza del significado, sin embargo, se ofrece una de las hipótesis más populares que existen sobre el tema, y ésa es que la palabra mujer viene del latín muller, es decir: mullido, blando, débil.
Es esto lo que me lleva a escribir sobre la primera mujer y sus hijas pródigas que de blandas no tienen nada.
Según la tradición hebrea, antes que Eva existió Lilith. Fue creada con el mismo barro que Adán y por lo tanto eran iguales.
Lilith era una mujer libre a la que le aburría la simplicidad y la brutalidad de Adán. Aquí hay que hacer un paréntesis para hablar de este individuo. Adán no fue sólo el primer hombre de la historia, fue el primer macho. El hombre burdo en toda su gloria. El primer varón de la historia se indignó, habrase visto, cuando Lilith se negó a estar debajo de él durante el coito, ya que ella pensaba que debería existir una posición igualitaria. Adán, hombre sin creatividad y sin sentido del erotismo, se ofendió. Yo no creo que a ella le molestara la posición en sí. Lo que pienso es que, egoísta como todo protomacho, Adán era un desastre a la hora del sexo.
Esa negativa fue la gota que derramó el vaso: discutieron; Dios intervino y Lilith fue expulsada del paraíso. Luego llegó Eva, otro personaje sin chiste. Ella y Adán eran el uno para el otro.
Es curioso que ambas mujeres terminaran mal. La diferencia es que Lilith fue castigada por revelarse, por exigir la igualdad que por derecho le pertenecía, y Eva fue castigada por ingenua.
Lilith es la mujer decidida, libre e independiente. Fue rebelde, era y se sabía igual que el hombre.
Existen muchas mujeres que son más una Lilith que una Eva. De ellas me quiero ocupar en esta ocasión. He seleccionado a tres dignas representantes del género femenino que llevan con orgullo el espíritu de aquella, la primera mujer.
Valentina Tereshkova
En 1963, a tan sólo dos años de la proeza de Yuri Gagarin, una mujer se preparaba para conquistar el cosmos.
Valentina Tereshkova, cuyo nombre clave durante la misión fue Chaika (gaviota en ruso), se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio; era obrera textil y aficionada al paracaidismo. Tenía 26 años y un temple de acero.
En el apogeo de la carrera espacial, la Unión Soviética creó un cuerpo femenino de cosmonautas en el que fueron admitidas 400 mujeres, entre ellas nuestra Valentina, una paracaidista aficionada que tuvo que pasar por un arduo entrenamiento que incluía permanecer en una habitación a 70 grados centígrados; vuelos en picada a bordo del célebre caza soviético MiG-15; pruebas de paracaidismo y muchas otras. La Gaviota no gozó de ninguna concesión por ser mujer, incluso tuvo la desventaja de usar un traje hecho a las medidas masculinas, elemento que hacía aún más difícil sortear las diversas pruebas. De cuatrocientas aspirantes quedaron cinco, y de esas cinco, Tereshkova fue seleccionada personalmente por Nikita Khrushchev para ser la piloto de la Vostok 6.
Cuando abandonó la atmósfera terrestre se comunicó por radio: “Aquí la Gaviota. Me siento bien y contenta. Veo el horizonte: una franja de color azul, azul pálido. Es la tierra. ¡Qué hermosa es!”.
Se fue el 16 de junio y regresó el 19. Le dio 48 vueltas al planeta y ha sido la primera y la única mujer en ir al espacio sola, además también ostenta el título de la más joven.
Pasaron 19 años para que otra soviética hiciera la proeza y veinte para que la primera estadunidense conquistara el cosmos. Ya era tarde, las estrellas ya le pertenecían a Valentina.
Melli Beese
Amélie Hedwig Boutard-Beese, la primera piloto alemana, quería ser escultora, idea revolucionaria para su época ya que no era usual que las mujeres tuvieran preparación profesional. Dejó Alemania, país en el que no admitían mujeres en las universidades, para estudiar en Estocolmo. A su regreso sintió fascinación por los aviones. Era 1909 y el sueño de volar se estaba haciendo realidad. Poco a poco los aeroplanos se perfeccionaban y los vuelos eran cada vez más impresionantes. A Melli la atrapó el entusiasmo de la época y en especial el vuelo de Louis Blériot, primer piloto en cruzar el canal de la Mancha. Ése fue el acontecimiento que la motivó definitivamente. Como primer paso, atendiendo a la sugerencia de su padre, figura fundamental en la vida de Amélie, entró a la escuela politécnica de Dresden para estudiar matemáticas e ingeniería aeronáutica.
Desde su nacimiento la aviación era un mundo de hombres. Ninguna escuela quiso admitirla y los pilotos experimentados se negaban a instruirla. Ella fue persistente y convenció a quien se convertiría en un afamado piloto de pruebas durante la Segunda Guerra Mundial, Robert Thelen, para que fuera su maestro.
Desafortunadamente, después de un accidente en el que Beese se rompió las costillas, la nariz y cinco huesos, Thelen renunció a ser su mentor. Además, tras la noticia del accidente, el padre de Melli sufrió un infarto y murió.
Quien piense que Amélie Beese se dio por vencida está muy equivocado, buscó a otro maestro e hizo el examen de certificación. Ese día su avión fue saboteado, vaciaron el combustible y reemplazaron las bujías de su aeroplano. Pese a todo, obtuvo su licencia en 1911 convirtiéndose en la primera aviadora alemana y en un ejemplo no sólo para las mujeres, sino para todo el que luche por conseguir sus sueños.
La Pantera Sureña
La lucha libre está por cumplir 80 años como un fiel reflejo de nuestra sociedad, de nuestras manías, de nuestras fobias, así como de nuestras aspiraciones y de nuestros valores morales. Nos ofrece un panorama cultural amplísimo y es un espejo de la mexicanidad.
El mundo luchístico es machista, tanto que de 1957 a 1986 los encuentros femeniles estuvieron prohibidos en el Distrito Federal; las luchadoras no tenían vestidores propios y tuvieron que soportar malos tratos por parte de sus colegas y promotores.
Pese a todo esto, bastantes mujeres aguerridas se atrevieron a internarse en aquel mundo lleno de testosterona para sentar precedentes y dejar claro que la lucha, también, es cosa de mujeres.
Lilia Hortensia Rangel, mejor conocida como La Pantera Sureña, es una de las grandes exponentes del pancracio a nivel mundial. Nació en Guadalajara y antes de iniciar su brillante carrera como atleta era secretaria en un despacho en el que la constante era el aburrimiento.
Uno de los eventos más catastróficos en su vida fue la muerte de sus padres. “Al perderlos, el mundo se me vino encima, estuve desorientada, pero me encontré con este deporte y todo cambió para mí”.
Si bien la lucha libre fue una válvula de escape para afrontar su reciente orfandad, y su trabajo de oficina la sumergía en el hastío, Lilia Rangel tenía una motivación mayor para destacar en los cuadriláteros: “Decidí calmar mis ansias de demostrarle a los malditos hombres que yo también puedo, que yo tengo tanto o más valor que ellos, y yo soy ultrafemenina y orgullosa de serlo”.
Fue Campeona Mundial Femenil de la UWA (Universal Wrestling Association). Luchó contra toda extranjera que osaba pisar el enlonado del Toreo de Cuatro Caminos, la guarida de la Pantera. Entre ellas destacan dos rivales de altura: la canadiense Ronda Sing, conocida como “La Monster”, y la japonesa Jaguar Yokota con la que, según la prensa especializada, dio la mejor lucha femenil de todos los tiempos.
Éstas son mis tres mujeres, tres hijas de Lilith que desafiaron lo que el mundo les ofrecía como mujeres y fueron por más. Se ganaron un espacio en la historia y la gloria que se les había negado al nacer.
La primera mujer fue una revolucionaria admirable y siento envidia. Yo tengo que conformarme con Adán.