La visión romántica del adiós nos hace pensar que tal vez exista un reencuentro después, pero ¿qué sucede cuando ese después es cuartado por la muerte?
No quiero despedirme
Tuve una mujer, el amor de mi vida; no quiero despedirme, pero estoy muerto, y no sé qué pasó ni cómo sucedió.
Es complicado como casi todo; camino por un puente de madera de roble desgastada, húmeda, vieja y quebradiza al tacto de las supuestas manos que pienso aún tener, camino y no voy al cielo, ni tampoco al infierno, voy a un lugar del que definitivamente no regresaré.
Ya no es un sueño, aunque con cada paso todo se torna más irreal, una quimera de la que no tengo intensión de escapar.
Pienso en todo lo que dejé en algún lugar, porque en estos momentos no sé si subo o bajo, si camino hacia adelante o quizás hacia atrás.
El puente es tan largo que no aspiro soñar con su final. Inesperadamente algunas voces comienzan a armonizar con la madera y su quebrantar a cada paso mío, son como susurros en mi mente y agujas en mi corazón —si es que aún tengo uno o si es que alguna vez tuve uno-; era su voz como canto de amor, era su voz como llanto de dolor.
Al escucharla, trato de ir contra mis pasos, pero no tengo cuerpo, no tengo dirección, aún peor, no sé si tengo voluntad, sólo pienso en la idea de no poder volver a escucharla.
Voy recordando toda mi vida, la veo minuto a minuto, aunque el tiempo no es como antes; veo pasar mi vida delante de mí, no es de forma fugaz, es lento, como la tortura de un mal que te golpea contra una pared queriendo decirte que definitivamente estás muy lejos de volverla a ver, intentando de decir que era cierto lo que decían tiempo atrás: DISFRUTAR CADA MINUTO COMO SI FUERA EL ÚLTIMO EN TU VIDA, ahora lo veo, no lo disfruto, lo sufro y justo ahora, cuando ya no tengo vida.
Sigo mi camino, aceptando el dolor en este puente, que con cada paso que doy lo siento mío; cada vez es más familiar.
Miro las imágenes y no puedo llorar, no finjo fortaleza ni nada de eso, simplemente las lágrimas no escapan; no tengo cuerpo y ahora tampoco sentimientos.
Termino de recorrer el puente y me encuentro sobre un valle, no era de día ni de noche, si es que aún existen esas cosas, pero el lugar era completamente tétrico y desolado.
Camino y tropiezo una y otra vez sin darme cuenta que voy caminando sobre cuerpos humanos, cuerpos caídos, o quizá cuerpos abandonados a su suerte, e imagino que al lugar a donde voy no necesito cargar con algo tan inservible.
Estoy muerto y no tengo de qué quejarme, o quizás estoy muerto y no tengo con quien hacerlo.
Sigo caminando y pienso que, al igual que los vivos, busco algo: pasando puentes, pisando cuerpos desechados, buscando algo completamente solo, buscando algo sin saber siquiera qué es lo que busco.
Pienso que ahora ya no tengo razón de ser, si es que algún día fui; ni estoy buscando al amor de mi vida, ahora estoy aquí, caminando, buscando un lugar donde tendré que esperar paciente, inventando la forma de recuperar mis sentimientos.
Tuve una mujer, el amor de mi vida, no quiero despedirme, pero estoy muerto.
No quiero despedirme porque a pesar de eso, aquí te espero.
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Te invitamos a ver el trabajo del Polémico fotógrafo que capturó la belleza de la muerte en una morgue.
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Las imágenes que ilustran el cuento pertenecen a Bryan Durushia; conoce más sobre su trabajo en su perfil oficial.