Habla para que yo te conozca
Sócrates
Gris en diferentes tonos, en sensaciones y formas, la pared de un salón de primaria. Andrea la observa mientras todas sus compañeras juegan en el patio. Suspira y sigue observando, pensando en la pena que está purgando; y sigue observando. Una pequeña grieta y humedad en una esquina, apenas perceptible; la textura, la luz de la tarde y sus sombras y las imágenes que producen en la conciencia. Un caballo y un perro ladrando, un gran árbol y la cara de un anciano; y las figuras se desvanecen cuando a lo lejos escucha y vuelve a recordar a sus compañeras jugando en el patio.
—¿Por qué estoy castigada? —se pregunta desconcertada.
Andrea se levantó temprano como todas las mañanas que va a la escuela, ayudó a poner la mesa y preparar el desayuno; se lavó los dientes y terminó de arreglar su cabello. Una sonrisa en el espejo. Ese día había un importante evento.
—Pues orita los van a llevar —dijo el señor que regala los libros— para que tengan los libros que les gustan y los empiecen a ler. Seguro van a ler ¿si o no? ¿Ustedes van a ler? ¡Muy bien! Adiós —le dice a un niño y choca su mano como saludo—. Adiós —dice a otro y vuelve a chocar su mano—. Adiós —le dice a Andrea y ella le aclara como respuesta:
—No se dice ler, se dice leer.
—Leer —el señor lo piensa y reacciona—. ¡Eso! Le-er.
Andrea sintió alegría por haber acertado, lo sabía de antemano y ahora las lecciones y tareas encontraban finalmente un camino de concreción en su vida, la esencia de la enseñanza y esa luz inexplicable de la razón, la verdad del conocimiento y el sentido del aprendizaje. Todo ello acaeció en la historia de ese momento, sin embargo, las fuerzas de la intolerancia volvieron a aparecer a través del trauma y complejo mental de algunos maestros.
—¡Andrea!
La castigaron por haber corregido a un adulto, irónicamente, Nuño, el secretario de educación pública. La directora de la escuela, inspirada en la inseguridad de los más grandes dictadores, decidió suspenderla una semana porque, según ella, se portó mal. ¿Por qué se portó mal? ¿Por haber corregido lo que había que corregirse? No, según ella se portó mal “por haber hecho quedar mal al invitado de honor”. La confusión de Andrea, ante el cinismo político, es inminente.
—¿Qué me están enseñando?
* * *
Lo bueno y malo sólo se aprende con el tiempo, quizá por eso creemos que nos hay personas más honestas que ellos, los niños; aunque a veces también nos sacan unos sustos, como en este cuento de El viejo y el niño, historia con la que Serner Mexica, también autor de “No se dice ler, se dice leer” nos deja sin aliento.