A veces quedan grumos después de revolver en agua la leche en polvo. Algunos deciden sacarlos, otros dejarlos y otros los revuelven hasta que desaparecen. Algo así pasó en Siria. Quedaron grumos luego de que Al-Asad, ISIS y Occidente revolvieran el agua con la leche. Como era de esperar, quedó mal revuelta. Occidente no ha podido sacar una buena leche en muchos años, si es que alguna vez pudo. Ahora los tres toman decisiones al respecto: Al-Asad dice que los dejen donde están, que poco a poco se van a ir diluyendo; ISIS quiere seguir revolviéndolos hasta que desaparezcan, Occidente los quiere sacar.
Los grumos. Así los vieron todos hasta que apareció el niño Aylan en la playa. Como el arcángel Gabriel, anunció a María que lo que tenía en la barriga no era gordura sino el hijo de Dios, Aylan apareció para anunciarle al mundo que ellos no eran grumos, eran humanos. Y el mundo los vio como humanos, aunque insiste en llamarlos refugiados. Denominación útil. Sirve para mostrarles quien es su salvador y ocultarles que hace parte de los que revuelven la leche; de paso, para que sepan que no son ciudadanos del lugar que entran y difícilmente van a serlo.
Ahora miremos la imagen de esta quimera(1). Sentada en sus caderas de fuego en lo alto de Notre Dame, mira la ciudad (y el mundo) con su gesto inquieto pero vigilante. Qué no habrá visto esta quimera. Al menos dos guerras mundiales, un par de epidemias y a los parisinos volviéndose pedantes (si no lo eran ya desde mucho antes). Ahora ve a la humanos de Siria entrando por todas las puertas de Europa en desesperación y hambre por culpa de tres que se pusieron a revolver la leche. Hasta dónde vamos a llegar, se preguntará. Nos mira preocupada, y, en dos siglos que van, nada ha podido cambiarle el gesto.