No queda nada desde tu repentina partida.
Se ha ido la dicha, se han ido los versos de amor,
Se ha ido mi alegría con el alma que habías reconstruido.
¿De cuánto tiempo está compuesta la vida?
¿Cuántos segundos tiene un día para soportar tu ausencia?
El alma vacía, el cuarto vacío… ¿dónde se halla todo lo que un día nos perteneció, mi vida?
Tu ausencia ahoga y envuelve, oscurece todo mi alrededor.
Si todo acabara hoy, agradecería al alto cielo.
¿Quién controla la vida y la desdicha?
¿Por qué no acaba esto de una vez por todas?
¿Qué dios griego cagó el mundo?
Tú, a quien tanto quise, ahora no estás, y no entiendo por qué nada marcha bien.
“Todo es un trabajo en la vida, bendito sea mi Dios”, reza mi abuela.
Y yo me siento en la silla, y yo me emborracho, y yo me masturbo, y yo busco una puta y no estás.
En qué parte de este endemoniado mundo te encuentras ahora.
¡En qué brazos te abrigas!
¡En qué cama te acuestas!
¡En qué ojos te reflejas!
¿Verdaderamente la vida es el transcurrir de las horas?
Yo no quiero esto, yo a esto no lo llamo vivir.
Acostado con los ojos hechos lagunas.
No sé si también sufres como yo.
Si escuchas las antiguas canciones, si recuerdas los antiguos momentos. Si te preguntas
encima de un bote si me esparcí con el mar.
Si ves el océano tan inmenso y te sientes tan sola e inútil como lo hago yo.
Si sabes que ahora están matando a tantos niños, y tantos otros mueren de hambre y te
deprimes, pensando en que nuestro amor salvaba todo:
nos salvaba, incluso, de nosotros mismos.