No creo que nos partimos insensiblemente.
No creo que nos olvidemos de las promesas ausentes.
No creo que sea casualidad terminar y comenzar de nuevo.
Si el corazón insiste… sangra, como el fuego se consume esperando, con un escudo marchando y con las manos cansadas tropezando
Podríamos hablar del frío a sólo cincuenta centímetros de distancia
A veces lloras sin lágrimas, yo río sin ganas.
Nos acostumbramos a las rapsodias, nos acostumbramos a los escalofríos en el cuerpo, nos acostumbramos a las diferentes muertes que danzan en la habitación y en nuestro sexo.
Nos acostumbramos a los ayeres con tanta naturalidad que el mañana no existe y el hoy nos espanta.
Nos extrañamos sin pensar en más, total… hemos perdido tanto, nos buscamos al descompilar las décadas.
Yo bailo en tu pelo hecho viento, tú te sirves de mi pecho que es fruta.
Escucho ayeres inconexos y no consigo descifrar con precisión aquella historia. No me cuentes el final.
Hoy el mundo amaneció cerrado en un puñado de besos, que de tu garganta no sale más que una afianzada guerra queriendo derrumbar las murallas en mi boca, su gran salón.
Lo que suena al fondo es nuestra música, la misma que humedecerá todo aquello que estaba seco, o que el viento te traiga, en caso dado de que quisieras llegar.
El amor se llena de lluvias, de sales y polvo: Sin sentidos hormonales, a esto huelen las despedidas.
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Las fotografías que ilustran el texto pertenecen a la artista Laura Zalenga, conoce más sobre su trabajo en su cuenta de Instagram.