Me despierto en medio de la noche, más fría que la indiferencia, en alguna fiesta de convite y celebración espontánea de los rituales sociales. Los pensamientos me delatan con inocencia expuesta ante el aire nocturno. Lucía se ha marchado dejando un mundo de recuerdos “ad infinitum” dentro de mí. Los paseos andados y los encuentros sexuales consumados se han quedado incrustados en lo más hondo de mis entrañas. Citas y momentos sucedieron en el pasado al por mayor con toda la faramalla y pompa emotiva del sentimiento. Enamorarse conlleva el riesgo de desnudar el alma y mostrar las carencias sin medida. Todo se va quedando tras de sí con el paso del tiempo. Por desgracia, los recuerdos prevalecen en la mente como escenas inmortales que se enquistan en descargas eléctricas que no me dejan descansar. Olvidar es más difícil que cambiar de aires cuando el amor se ha quedado estancado mientras el adiós ha marcado la directriz a seguir. Necia la mente, susceptible el cuerpo, quedo atrapado en la prisión verdadera: la memoria. En estos casos sería deseable borrar todo de un sólo impacto y comenzar de nuevo.
Todos los días con puntualidad religiosa las campanadas excitan mi organismo. Intento distraerme en el mundo cotidiano con el firme propósito de sustraer, al menos por una noche, todos mis recuerdos . Es inútil. Aprendo un poco de italiano. Me he matriculado en un curso en línea para entender mejor la lengua. He acudido al gimnasio todos los días para distender los nervios un poco más. Suspendí de manera indefinida el café y cigarrillo en mi dieta habitual. No ha habido mejoría. Han pasado ya catorce meses desde aquel adiós definitivo. En mis fantasías desbordadas aún espero recuperar el amor sufrido. No cabe duda que he padecido más con la indiferencia que con la aceptación. Lucía me era agradable y enigmática. Me mantenía a la expectativa de cualquier cosa a todo momento. Relación sufrida y obsesiva cargada con deseo sexual inmediato al contacto mínimo. Obsesión, vínculo codependiente y más adjetivos describió a mi estado un psiquiatra, amigo cercano de la universidad.
-¡Tú te has enculado! -comentó Luis, un compañero del trabajo mientras le daba un trago a su cerveza. Estábamos en un bar intentando aminorar la desgracia. Más allá de lo que yo padeciera, me ha producido un desasosiego terrible que, por cierto, no le he visto deseos de desaparecer. Es una droga que disfruté por más de 18 meses en forma y esencia de Lucía. Ella ahora está con otro hombre. Lo sé porque a través de amigos comunes le he seguido los pasos. Es imposible no hacerlo cuando en mis venas su recuerdo viaja a todas horas. He probado un poco de todo, desde las pastillas para dormir, pasando por los antidepresivos tricíclicos, hasta aterrizar en las potentes benzodiacepinas de distintas denominaciones. El alcohol no me ha hecho olvidar, como lo presumen las variadas melodías de populares cantantes y compositores latinos. Pura mentira disfrazada de dolor marchito y solitario. Me sumerjo en los libros. Me producen un relativo alivio que dura no más de treinta minutos. El cine no me basta. La calle, hasta ahora, me ha mantenido a flote con todos sus encantos, detalles y destellos; es en ella donde me pierdo todos los días al final del trabajo para intentar calmar al loco enamorado que vive aprisionado entre el aire y la gente. Ríos de datos circulan por mi mente. Y sin embargo, Lucía sigue ahí, fresca como el amanecer que compartimos juntos unas horas antes de dejarnos. El tiempo cura todo, lo bueno y malo, lo perverso y lo simple. Es el mandamás de todo, me ha comentado mi madre. He perdido la cuenta de los días sufridos. Han sido demasiados. Cada cosa es única e irrepetible. Cada ser es auténtico en cada paso que da. Lo es porque el aire se mueve, el tiempo corre y los pensamientos viajan de un universo a otro. No sabemos o no queremos aceptar esta verdad. Pero, ¿cómo aceptar algo que te estimula hasta descubrirte en alguien que desconocías y que de repente no lo hará más? Martha, Fernanda y Jimena han intentado hacerme olvidar. No lo han logrado, ¡y vaya que me he dejado querer! Escribo un diario y me apena leer tantas cosas similares a lo largo de los apuntes. No avanzo más allá del sufrimiento y anhelo. Débil ante ella he estado, o tal vez ella le ha dado un balazo a mi vulnerabilidad. Viajan por el infinito los pensamientos diversos; tal como lo hacen los tweets y los datos interactivos, ¿a dónde ? Al espacio sin fin. Duermo poco y pienso demasiado. Matarse requiere de gran valor. Nunca he sido valiente. Me queda entonces seguir intentando, o tal vez deba rendirme y reclamar un espacio en la soledad de los débiles sin remedio. ¿Arrojarme en definitiva a la calle o recluirme en un centro psiquiátrico para esconderme de la vida con todas sus vicisitudes y reminiscencias? Si tan sólo pudiese dormir ocho horas de corrido creo que mi mundo podría reaccionar. El trabajo me asfixia lentamente. Hasta ahora he optado por perderme en la calle, aunque mi mente me asalta cada vez más fuerte, comienzo a temerle; en todos los rostros de los transeúntes y paseantes la miro a ella.
Lucía: Donde te encuentres, y con quien estés, quiero que sepas que todas las vivencias y encuentros compartidos los llevo en mí con maestría descriptiva, frescura y sentimiento arraigado. He intentado de muchas maneras despojarme de mí mismo; ha sido imposible, hasta ahora. Aún cuando tus piernas y susurros estén ya en otra parte, sigo aprisionado a tu tiempo y encanto. Tal vez no debí recostarme al borde de la vulnerable condición amorosa. No obstante, a pesar de sufrirte, gocé como ciertos poetas describen su emoción desbordada: sin límite y pudor alguno. Tal vez ahora te posean, o tal vez estés en el regazo de otro hombre. Sólo deseo que algún día desaparezcas de mi alma para poder mirar nuevamente la luz de la ilusión con un poco más de calma y sin tanto dolor que me impida seguir andando con cierta curiosidad mundana. Nada será igual, lo sé y lo tiene claro mi apurado corazón. Lo que intento es reinsertarme a vivir un poco más ligero. Por ahora sólo espero lograr ocho horas de latencia al dormir, aunque sea para soñar en la nada y, tal vez, encontrar un poco de paz entre tu mirada y ausencia.