Me irrita mucho cuando en mis consultas aquellas almas que caen a mis manos para curar sus males que rondan su cabeza, me dicen que no creen en el amor, que el amor es una mierda; a lo largo de mis pocos años como psicólogo lo que más recurrencia hay en mi trabajo, de lo que estoy harto de escuchar es esa falta de fe en el amor.
Una vez una típica mujer tenía el típico caso de que era una mujer abandonada con hijos, contó a lágrimas todo lo sucedido e incluso aspectos de su rarísima vida sexual que, realmente, no quería escuchar; de hecho, nunca me gusta saber ese tipo de detalles. Esa maldita consulta logró que terminara por comer galletas de animalitos y un café capuchino para la ansiedad que me dio, cosa que había dejado de hacer cuando era niño… Hace poco escuché que la amarga declaración de un hombre de 39 años que se enamoró perdidamente de una chica de 22, no lo puedo juzgar mal, la foto que me mostró de ella era muy buena, una bonita nariz y mirada tierna con ojos claros y cabello reacio.
Todo fluyó en dirección de la que debía ser, primero comenzó con una postura muy recia —como se dice en los pueblos— tenía una mirada segura y una sonrisa implacable, la verdad es que al verle me dio cierto sentimiento de confianza por la manera en que se mostraba tan seguro de sí. A manera en que el tiempo corría me contaba sobre su vida, particularmente la laboral y un poco sobre las parejas que había tenido, entre líneas, las arrugas en su rostro y algunos manerismos que adoptaba, me dieron una idea de algo más. Fue justo en el momento cuando mencionó a su exesposa con delicadeza, la voz la perdió, sonó un poco chillona, trataba de ahogar algo.
Lo que dijo fue gracioso, adoptó una posición fetal sentado en el sillón frente a mi escritorio mientras decía con voz aguda: “Ella es una gran mujer… Ella…”. Comenzaron a salir lágrimas de sus ojos mientras se columpiaba en el asiento y suspiraba entre el suave llanto, hasta el punto del quiebre, demasiado pronto para una persona como él, cualquiera que lo imaginara diría que tiene una voluntad de acero, pero bueno; “y es que fue la luz de mi vida”. Su mundo se desmoronó y ahora había soltado por completo el sentimiento reservado para sus noches de fiesta. “Créame cuando le digo que era mi diosa”, utilizó una voz más aguda, como de animal pervertido de caricatura infantil, de aquel arquetípico personaje que las compañías intentan hacer simpático, aparecen en cada escena y apoyan al protagonista.
“De verdad que la amé… Con ella hice cosas que con ninguna mujer se me habrían ocurrido, solíamos mirar las estrellas juntos y cantar canciones de Daft Punk… ¿Sabe cuánto odio a Daft Punk?”, me fue difícil pensar una respuesta, ni siquiera conozco ese artista o artistas o lo que sean, afortunadamente prosiguió. “¿Por qué no quiso regresar conmigo ella?, ¡¿por qué, mi vida?!”. Terminó su número e hizo un grito desesperado con una pose de final trágico de película. Ese día gané mucho dinero, me pagó un poco más por no decir nada sobre ese incidente suyo, no mencioné nada sobre mi política de no hablar de mis pacientes… De verdad quiero mi pavo asado para el siguiente fin de semana.
Una historia muy original se me presentó cuando esperaba al siguiente paciente, su documento hablaba de un niño de 12 años alrededor, su foto era la de un chico morenito, gordito, a mi parecer simpático, en serio que pocos niños me parecen así. Su madre necesitaba con urgencia que ese “escuincle” dijera todo sobre su vida, últimamente el chico no había dado mención a ninguna palabra en presencia de su mamá; de nuevo se presenta el caso del padre que desconoce la vida de su hijo quien por años buscó su atención, pero, ya qué…
Yo estaba dispuesto a conseguir que hablara con soltura, que dijera lo que guardaba. Poco tiempo después, el chico atravesó el umbral de mi puerta y se sentó en el sofá enfrente del escritorio, su manera de caminar y sentarse delataban la larga historia que llevaba consigo sobre las horas gastadas en cuartos similares a éste, donde otros psicólogos esperaban. “Hola, amigo, ¿qué tal?”, hable sin pesar, me referí al niño de una manera tranquila, no quería que sólo me dijera alguna grosería o se sintiera agredido, más probable la primera. “Cuéntame algo sobre ti, sobre tu escuela… Dice tu madre que casi no le hablas, ¿eso es cierto?”. Vociferó en voz baja algo después de depositar la mirada en el piso, hacia sus pies. “No te escuché, perdón, ¿me podrías repetir?”, dije con extrañeza. El chico levantó la cabeza y me miró fijo: “Yo sí le hablo a mi madre”; “Ah sí, entonces, ¿de qué hablas con ella?”; “Muchas cosas wuuuu”.
Cuando escuché eso me enfadé, odio que ahora lo que digan los jóvenes tenga que ser relacionado a los memes o momos —como oigo decir a algunos—, no es porque sean basura, los considere vanos y mal hechos, o una burla mal formulada contra un sistema del cual la gente que los lee sólo puede reírse de una mala situación o un evento real… Obviamente no, lo que sucede es que ya no existe otra manera de comunicarse, si uno desea hacer reír a alguien sólo le muestra un meme de su celular y es todo… Nos encariñamos más de lo inanimado. Volví, ,entonces, a la conversación: “Bueno, y específicamente de qué… Yo con mi madre, cuando era niño, solía platicarle de cómo me iba en la escuela, mucho de ello era de mis notas que apenas eran buenas gracias a algunos trucos que me sabía”; “Yo, bueno, algo más… ¿Alguna vez usted ha sufrido problemas de amor?”. Su mirada se tornó más intensa y reluciente, le brillaban los ojos, por fin se sentía a gusto como para hablar de lo que importaba en su mundo, claro que eso fue al principio, una media hora después terminó por echarse en mitad de la sala y hacer un berrinche por el recuerdo de la amada.
Odio, de verdad, cuando la gente dice sandeces así: el amor no existe. El amor es una ilusión para los seres involucionados. El amor es el opio del pueblo. Pobres de las personas que creen que podrán amar de verdad. En serio, eso me enfada, no he encontrado aún el amor de verdad, ninguna de mis relaciones funcionó, pero no significa que deje de creer… ¿Por qué creo en el amor? Por una simple razón, creo que en lo que llevo dentro, en lo que sé que puedo dar… Eso para mí es suficiente para seguir esperanzado.
**
La rutina cansa y a veces no sabemos qué hacer distinto para que la cotidianidad no sepulte nuestra relación, por eso te recomendamos estos lugares que puedes visitar para darle otro sabor a tu relación…
**
Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Jessica Janae.