¿Qué nos deparan nuestros propios pensamientos cuando la soledad lo devora todo? en esta ocasión te compartimos “Persona”, un cuento triste sobre el tedio de vivir en soledad.
PERSONA
Se despertó. Volvió a cerrar los ojos. No se durmió. Sonó el despertador, lo apagó y miró el techo con los ojos muy abiertos. Sobre su cabeza pendía una raja, del grosor de la pupila de un ojo, que amenazaba con abrirse y succionarle.
Una voz lejana, procedente de los niños que jugaban en el patio, le obligó a darse la vuelta y ocultarse bajo la montaña de mantas. No hacía frío. Las mantas le permitían abrigarse de la grieta del techo. Sabía que por las noches le contemplaba. Por la mañana, a veces consentía que la raja le mirase, pero, por si acaso, se seguía ocultando de ella y de un sol secreto. Prefería sentir la voz de la luna.
Volvió a adormilarse, pero se desveló cuando sintió el timbre de la puerta que, contundente y monótono, le martilleó las orejas. Ni siquiera debajo de la almohada se encontraba protegido de ese martirio. Suspiró. El timbre se alejó. Ya sólo quedaba la voz del patio.
A eso de las dos de la tarde, comenzó a sentir hambre. Mordió las sábanas y la almohada en busca de algo de sabor; en su lugar, su paladar se llevó consigo un pedazo de gomaespuma y sabor a sudor y jabón. Se quedó dormido. Despertó cinco horas después. El mareo era notable. La raja seguía ahí y parecía haber crecido. Ya casi se podía introducir un ojo en el interior. Faltaba poco para el anochecer, apenas tres horas. Como era poco tiempo, se arrebujó entre las sábanas y la manta comidas y se durmió.
Se despertó 12 horas después por el ruido de la puerta. Aporreaban el timbre. Su cuerpo casi se puso rígido al sentir los golpetazos, pero se relajó de nuevo al escuchar los gritos de la casera.
—¡Persona!
Le reconfortó saber que también la casera se había olvidado de su nombre.
Emitió un leve gemido.
El silencio de la casera le hizo preocuparse. Una mujer como ella hubiese escuchado su sollozo desde donde estaba.
Se empezó a arrastrar por la cama hasta el borde. Su estómago vacío no le permitía realizar movimientos brucos. La raja del techo se había convertido en un ojo de buitre que susurraba la misma palabra: “persona”. Sonrió. Se durmió bajo el sonido de los puñetazos que la mujer mastodóntica le propinaba a la puerta.
Los ojos se le abrieron como persianas y permanecieron abiertos en dirección al enorme techo blanco. Eran las tres. De noche, la vista no es capaz de captar la realidad. Sólo ve siluetas en blanco y negro manchadas por un filtro de pelos que el miedo añade cuando se halla en la oscuridad. Sabía que si intentaba mirar a la raja no podría dormir. Permaneció con la vista fija en la habitación. Le escocían los ojos. Veía un cuadro de un gato y la puerta de la entrada cerrada. Toda su casa, todo su vicio y toda su vida estaban resumidas en el marco de una puerta. Apretó los ojos para evitar la grieta. Se preguntó qué día era. Había perdido la cuenta después de una semana. Ya no le dolía el estómago sino todo el cuerpo, incluido lo que nunca dolía. Le había empezado a escaldar la piel milímetro a milímetro, también la garganta y debajo de ella, después, todo su ser. Sonrió. Estaba empezando.
Abrió los ojos y clavó su mirada en la grieta. No era más que un pequeño agujero que conectaba la planta superior con la suya, tan pequeño que por él cabía un meñique de hueso, chupado, esquelético.
Hizo un amago de levantar la mano, en su lugar soltó un gemido de dolor. Era incapaz de moverse. Sintió un nudo en la garganta que le quemaba. Hubiese llorado si no fuese porque era incapaz. No le quedaba ni una sola gota de agua en su cuerpo macilento. Se preguntó si merecía la pena finar así, en su propia cama, y si hubiese sido mejor decírselo al menos a la casera, pero una persona como ella no hubiera entendido. Se lo preguntó porque siempre había querido preguntarse a sí mismo si también esta decisión sería tan errónea como las demás. Pero, sobre todo, se lo preguntó porque tampoco tenía a otra persona a la que preguntarle. Con los ojos muy abiertos y muy rígido, se quedó dormido frente a la grieta del techo.
La casera lo encontró así, medio vivo medio muerto. Lo salvaron de milagro. Nadie daba un duro por él. En rehabilitación se preguntó si había merecido la pena intentar dormirse. Siempre se había querido preguntar a sí mismo, si sobrevivía, a qué sabría la muerte. Se tumbó en la cama. Le dolía el estómago. Sobre su cabeza pendía una grieta tan pequeña por la que no cabía ni el rabillo de un ojo. Esta no era como la grieta de su piso, que succionaba, esta era de las que amenazaban con caérsele a uno encima con todo el peso de la impotencia y los accidentes.
**
Si te gustó “Persona”, un cuento triste sobre el tedio de vivir en soledad, y quieres leer más sobre la vida y los miedos que la inundan, te invitamos a leer estos 5 cuentos para reflexionar sobre el amor, la vida y la muerte. Además, aquí puedes leer algunos cuentos breves de amor que te abrazarán el alma.
**
Comparte tus cuentos y poemas con el mundo. Envíanos un texto de prueba a colaboradores@culturacolectiva.com y conviértete en colaborador de la sección de Letras.