Texto escrito por: José Tochtli Fioravante
“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos, tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.
-Eduardo Galeano, poeta y escritor uruguayo.
Escribo desde la estancia de nuestro nuevo departamento.
¿Departamento? Más bien una casa, una finca, un inmenso terreno.
Escribo en medio de un bosque convertido en municipio, cercado por imponentes cerros.
Escribo desde aquí, desde Ocuilan de Arteaga, en el Estado de México. Lugar de bendiciones naturales, pero también de delitos imperdonables. Hasta la fecha, los índices tanto de violencia como delincuencia de Ocuilan son bajísimos en comparación con otros municipios de la mencionada entidad federativa; sin embargo, ya empiezan a haber brotes.
Escribí este poema como una condena, una muestra de reprobación a toda la violencia que existe en nuestro país, en nuestras colonias, dentro de nuestras casas…
Coyolxauhqui
A las mujeres asesinadas en ciudad Juárez, a las víctimas de Ecatepec.
Mujer, madre, que has buscado eternamente estar completa
y vas recogiendo tus pedazos sobre esta tierra de fuego, calcinada
por el insolente azul cobalto del tiempo.
Mujer, hermana, invisible fuerza del trueno,
caminas mancillada por el Valle de lágrimas
procurando a toda costa tu feminidad al viento,
consumada te extingues ante la ráfaga violenta del silencio.
Mujer, diosa descuartizada, luz de luna inolvidable ya olvidada,
monolito erosionado por el revés histórico de la impunidad, escaramuza verbal,
agresión continua justificada por el gran perpetrador eterno.
Mujer, Eva rebelde crucificada a los pies del templo,
te escupen los ojos y desaparecen tu recuerdo,
en la hoguera te matan por tu naturaleza misma,
por ser vida perenne en medio del desierto.
Mujer, flama sofocada por sangre, víctima,
una pieza menos del tablero, número rojo,
mártir del México bárbaro cimentado en la patente de hombres necios.
Mujer, hija de la orfandad cultural, Malinche, Juana Inés de Asbaje,
esclava, poeta, violeta de los huertos,
de tu cuerpo no identificado en el baldío florecen cruces de madera,
folklóricos monumentos al olvido, ofrenda a la lacra que pervive.
Mujer, objeto colateral del miedo,
tu voz silenciada aún retumba en las piedras de los cerros
y hace eco en las escenas de horror, homicidio y celos.
Mujer, alma subordinada,
desmembrada por chacales sin auxilio de dios,
tus hijos te añoran, tus padres te lloran,
todos te extrañan, pero ni siquiera tus restos pueden encontrar.
Mujer, llaga viviente, estrella valiente,
ultrajada en la proliferación del terror,
carcomida por una bacteria emocional
endémica de la tradición fratricida de nuestro pueblo.
También conoce a Gioconda Belli, la poeta de las mujeres perseguidas y los poemas de Regina José Galindo para gritar contra la violencia y el feminicidio