Texto escrito por: Victoria Roisman
Desafiar mis miedos y rebasar mis límites puede convertirse en el momento del viaje. Viajar se trata de eso: de salir de la zona de confort para sorprenderme a mí misma con lo que puedo llegar a hacer. “Atreverse a escuchar el llamado del camino”.
Por un tiempo pensé que el destino ignoraba a mis anhelos profundos. Hoy logré entender que era yo la que, absorbida por rutinas equivocadas, me había desviado de lo que mi instinto me dictaba. Probablemente mi ser interior y mi persona social se habían desarrollado para hablar idiomas diferentes. Mi ser social que siempre se había caracterizado por su inquebrantable obediencia, relataba una vida de sucesos ordenados: ir a la escuela, la universidad, luego llegó la vida profesional y, junto con ella, la gran era de responsabilidades adultas. Y allí, en cada instancia del recorrido “socialmente establecido”, estaba yo.
Cada paso fue lógica y razonablemente considerado: “Quiero una buena vida con desarrollo profesional y personal”, me decía, como justificando de alguna manera cada acto emprendido. Así mi sentido común emitía un juicio positivo cada vez que pasaba por el siguiente peaje del camino social.
Cuando miraba mi entorno, parecía que no era la única que hablaba con esos valores, muchos familiares, amigos y colegas daban esos mismos pasos, y a su vez, daban el visto bueno en relación a lo que yo emprendía.
La vida se trata de esto, pensé entonces. Vivir asumiendo esos roles de la mejor manera. No intento aparentar un rol de víctima, he tenido grandes oportunidades, nunca me ha faltado nada y, sobre todo, he recibido amor genuino por aquellos que han acompañado mis decisiones sociales, como he decidido llamarlas.
El camino que recorría estaba acompañado de un son familiar, de una música que no me era ajena. Si bien era primeriza en esos roles, eran los mismos que mi entorno cercano- y no tan cercano- habían aceptado. Cada vez que iniciaba un nuevo tramo en ese trayecto social, me sentía satisfecha conmigo misma, pero a su vez no podía evitar sentir en lo más recóndito de mi ser que había algo más, y de hecho, lo había: posibilidad de cambio.
Había un deseo incómodo que me impulsaba a pensarme por fuera de la ruta marcada. Esa sensación fue tomando cuerpo y alma, lo único que faltaba era el impulso a convertirla en una nueva realidad, donde no hubiera roles definidos ni verdades establecidas aun para mí. La falta de determinación seguramente encontraba su raíz en el aun inexistente rumbo claro; el nuevo camino se perdía en medio de la densa neblina que opacaba sus horizontes.
Una vez leí que conformista es aquel que traiciona la vida; a veces veía a mi ser interior traicionado por ese ser social. Este último tenía una apariencia independiente, fuerte y bien instruida; su opuesto, en cambio, era un ser primitivo, frágil e inexperto. Existía una clara tensión entre ambos, como si cada uno fuese atraído por polos diametralmente opuestos. Como el tronco de un viejo roble, que por momentos está seco, rígido e inmóvil por causa de las sequías, pero una vez que las lluvias llegan se vuelve húmedo, flexible y vital; como si de repente su savia se activara y comenzara a recorrer poco a poco toda su superficie.
Comprendí entonces que habías dos entidades en mí unidas por una “savia” que parecía estar truncada de raíz a una falta de un idioma común. Es decir, mi ser personal quería hablar y comunicarse con su par social pero la comunicación, por factores aún inciertos, era incomprensible; esa falta de diálogo por momentos pasaba inadvertida y por otros se sentía más incómoda que nunca.
Mi rol entonces esta vez está claro, debo buscar la manera de entablar un puente de comunicación, un canal que permita que mis anhelos profundos lleguen a decodificarse y así unificar los dos seres.
Ahora esas dos entidades están claras en mi conciencia, puedo identificar sus emociones y aunque la ausencia de un código común se hace presente, sé cuál es mi siguiente paso en la ruta: salirme de ella. No escapar, sólo hacerme un paso al costado de ese sendero conocido. Debo buscar a la traductora, ese ser que pueda conectar ambos mundos todavía ajenos.
La traductora, en busca de ella me dispongo entonces.
Descubre a la ‘serpiente turquesa’ en este poema para una mujer libre, o dedica este texto a esa persona que ya estás empezando a olvidar