De acuerdo con lo que relata Deirdre Bair, biógrafa de Samuel Beckett, a finales de 1933 se vio cobijado por una oscuridad de la que nunca más escaparía; los médicos de la familia se habían enfrentado sin éxito a los abscesos, los forúnculos, las gripas y los dolores en las articulaciones que tiraban al dramaturgo irlandés por varios días en la cama. Geoffrey Thompson, médico particular de los Beckett, estaba convencido de que las erupciones en la piel tenían un origen psicosomático, pero ese síntoma era sólo el principio.
Samuel Beckett
Se cuenta que Beckett despertaba empapado en sudor a media noche y con el corazón a punto de salir o, por lo menos, emitir el grito más desgarrador jamás escuchado. El pánico del que era presa comenzó a acompañar sus días grises que se avanzaban sin premura a la muerte. En esas noches, Beckett no podía dormir si su hermano Frank no lo acompañaba en esa constante premonición de no despertar más.
Fue durante esta época que el poeta arrojó a la luz series de escritos gestados en las tinieblas; poemas que retratan su noche, su amor desdichado, sus ahogados gritos de dolor.
Ascensión
A través de la rendija
aquel día en el que un niño
pródigo a su manera
regresa a la familia
escucho su voz emocionada
comenta la copa mundial de fútbol
siempre demasiado joven
al mismo tiempo por la ventana abierta
los aires sin más
sordamente
el oleaje de los fieles
su sangre salpicó con abundancia
sobre las sábanas sobre las plantas sobre su cuerpo
con dedos repulsivos cerró los párpados
sobre los grandes ojos verdes asombrados
rueda ligera
sobre mi tumba de aire
La mosca
Entre la escena y yo el cristal vacío salvo ella
vientre a tierra ceñida por sus negras tripas
antenas locas alas enredadas
patas curvas boca succionando en el vacío
golpeando en el azul estrellándose contra lo invisible
impotente bajo mi pulgar
trastorna al mar y al cielo serenos
*
Bebe solo
Bebe solo
Bufa quema fornica revienta solo
Como antes
Los ausentes están muertos los presentes apestan
Saca tus ojos vuélvelos hacia los juncos
Se enojen los perezosos
No vale la pena está el viento
Y el insomnio
Para ella el acto tranquilo
Para ella el acto tranquilo
los poros sabios el sexo libre
la espera no muy lenta los lamentos no muy largos
la ausencia
al servicio de la presencia
algunos jirones de azul en la cabeza los vuelcos
del corazón
al fin muertos
toda la tardía gracia de una lluvia interrumpida
al caer una noche
de agosto
para ella vacía
él puro
de amor
*
Ya la luz declina
Ya la luz declina
Y la noche se prepara,
La sombra densa se inclina
Sobre el día que se separa.
El buitre
Arrastrando su hambre por el cielo
De mi cráneo casco de cielo y tierra.
Bajando a los postrados que pronto deberán
Tomar su vida y marcharse.
Burlado por un tejido que acaso no sirva
Hasta que hambre tierra y cielo sean carroña.
***
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