Estallar y nada más. Explotar de tantos sentimientos casi contradictorios dentro de nuestro cuerpo es un fenómeno natural que resulta en nuevos cosmos, en nuevas miradas hacia el horizonte de lo que parece perdido y a la vez tan recobrado. Rasgar nuestra piel con ese exceso de amor y dolor es un acto humano que a veces no halla final o respuesta, pero siempre grita una vida constante que deja impresiones en el mundo circundante.
Esa detonación infinita es descubierta en cada oportunidad que nos damos para leer la poesía de Rosario Castellanos, poeta mexicana de gran trascendencia y fama un tanto opacada, quien expone el matrimonio de los sufrimientos y las soledades con el poder de la palabra. Sus poemas no hay ocasión en que frenen o desvaríen esa amalgama artística hecha de muerte, soledad, memoria y pasión; muy al contrario, se muestran desnudos y necesitados de cobijo y entendimiento, siempre dispuestos al encuentro de quien viva (y padezca) como lo hizo la poeta.
Cargado de detalles biográficos y de reflexión auténtica, el trabajo poético de Castellanos en muchas ocasiones, como vemos en la siguiente selección de versos, otorga un espejo de agua cristalina para los cuadros de olvido y desesperación, de heridas y un intento de sanación. De palabras que hacen entender que damos muerte, y nos asesinan también, a partir del abandono o el olvido e incluso con el acto de amar en esta vida.
Destino
Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es anima de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos
Ser Río sin Peces
Ser de río sin peces, esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.
Ahogado y roto llevo todo el cielo
y el árbol se me entrega malherido.
A dos orillas del dolor uncido
va mi caudal a un mar de desconsuelo.
La garza de su estero es alto vuelo
y adiós y breve sol desvanecido.
Para morir sin canto, ciego, avanza
mordido de vacío y de añoranza.
Ay, pero a veces hondo y sosegado
se detiene bajo una sombra pura.
Se detiene y recibe la hermosura
con un leve temblor maravillado.
Dos Meditaciones
Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
Y en el color, sombrío pero noble,
Firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
Para recomenzar
Una tarea siempre inacabada.
Y odia después, si puedes.
II
Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continua engendrando
Magníficas criaturas,
Seres salvajes cuyos alaridos
Rompen esta campana de cristal.
Presencia
Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.
Esto que uní alrededor de un ansia,
De un dolor, de un recuerdo,
Desertará buscando el agua, la hoja,
La espora original y aun lo inerte y la piedra.
Este nudo que fui (inextricable
De cóleras, traiciones, esperanzas,
Vislumbres repentinos, abandonos,
Hambres, gritos de miedo y desamparo
Y alegría fulgiendo en las tinieblas
Y palabras y amor y amor y amores)
Lo cortarán los años.
Nadie verá la destrucción. Ninguno
Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
Dispersos, aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
Amigo, antepasado,
No hay soledad, no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.
Hombre, donde tú estás, donde tú vides
Permaneceremos todos.
Falsa Elegía
Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo aburrido.
Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos cuenta;
Así nos acabamos.
Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y el caer del párpado.
Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los vivos.
Poetas mexicanas hay muchas y muy relevantes para la historia de las letras de este país, pero de entre todas ellas se levanta como un coloso de hierro y enigma la figura de la escritora más importante del siglo XX. En las filas de la poesía femenina, no sólo por su condición de mujer escribiente, sino por una marcada línea de pensamiento yo-humano desde su posicionamiento biológico-social, Castellanos es un hito al que recurrir cuando de sentimientos fundidos en letra se habla, pero ¿qué otros nombres podríamos seguir omitiendo en historia de la literatura mexicana hasta el día de hoy?
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