Décima muerte de Xavier Villaurrutia
«¡Qué prueba de la existencia
habrá mayor que la suerte
de estar viviendo sin verte
y muriendo en tu presencia!
Esta lúcida consciencia
de amar a lo nunca visto
y de esperar lo imprevisto;
este caer sin llegar
es la angustia de pensar
que puesto que muero existo».
Puesto que muero existo. Puesto que existo muero. Cualquier disyuntiva termina en la muerte. ¿Qué hay en aquel lugar que nos seduce a ser olvido, un infame recuerdo cuya duración se desgasta hasta que, en un día de invierno, la llama se apaga? Está el descanso de una angustia hiriente, naciente por un amor fallido y el mal tino de Eros que, a tantos años de arquero, aún confunde el tal para cual.
El error provoca la contradicción. Se vive durante la ausencia mas se muere en su presencia. ¿O será que la vida significa dolor? Estamos vivos al sufrir su abandono y cuando una mañana de primavera regresa, la angustia cesa y no hay espina doliente para recordar la natural doliente existencia.
«Si en todas partes estás,
en el agua y en la tierra,
en el aire que me encierra
y en el incendio voraz;
y si a todas partes vas
conmigo en el pensamiento,
en el soplo de mi aliento
y en mi sangre confundida
¿no serás, Muerte, en mi vida,
agua, fuego, polvo y viento?»
Muerte ubicua. Muerte universal. Muerte omnipresente, en qué trama estás. Gracias a Dios alguien te habló y escribió los versos más bellos, así tu eterno trabajo se hizo más ligero. Pero no te bastó pues seguiste llamando a los poetas, músicos y soñadores. ¿De verdad eres agua, fuego polvo y viento? Si es así, entonces sufre la sequía, el marchitar y la falta de soplo pues no quiero más. Te evoco para disiparte a través de los versos de Xavier Villaurrutia, poeta de puro corazón que hacía grande su poesía con la ayuda de tu hoz.
«Si tienes manos, que sean
de un tacto sutil y blando
apenas sensible cuando
anestesiado me crean;
y que tus ojos me vean
sin mirarme, de tal suerte
que nada me desconcierte
ni tu vista ni tu roce,
para no sentir un goce
ni un dolor contigo, Muerte».
Villaurrutia la describe como humana. Manos, ojos y piernas para identificar y arrastrar a su víctima. Él la conoce de cerca, desde 1930 cuando la muerte se instaló en la literatura mexicana. Ésta es la razón de ser de Villaurrutia, de la pléyade que vivió bajo el yugo de la revolución, la Guerra Cristera, la Guerra Civil Española y las guerras mundiales.
«Por caminos ignorados,
por hendiduras secretas,
por las misteriosas vetas
de troncos recién cortados
te ven mis ojos cerrados
entrar en mi alcoba oscura
a convertir mi envoltura
opaca, febril, cambiante,
en materia de diamante,
luminosa, eterna y pura”.
Xavier decía que «la muerte es la única verdad digna de ser estimada como segura y estable en un universo de formas elusivas y cambiantes».
«No duermo para que al verte
llegar lenta y apagada,
para que al oír pausada
tu voz que silencios vierte,
para que al tocar la nada
que envuelve tu cuerpo yerto,
para que a tu olor desierto
pueda, sin sombra de sueño,
saber quede ti me adueño,
sentir que muero despierto”.
«La aguja del instantero
recorrerá su cuadrante,
todo cabrá en un instante
del espacio verdadero
que, ancho, profundo y señero,
será elástico a tu paso
de modo que el tiempo cierto
prolongará nuestro abrazo
y será posible acaso,
vivir después de haber muerto».
«Su poesía se sitúa en escenarios oscuros y oníricos en donde el poeta experimenta una constante imposibilidad de identificación de sí mismo y de los otros. Un discurso que, según Adriana Dorantes, reúne elementos del barroco y el romanticismo para exaltar la muerte y convertirla al mismo tiempo como una afirmación de la vida».
«En el roce, en el contacto,
en la inefable delicia
de la suprema caricia
que desemboca en el acto,
hay el misterioso pacto
del espasmo delirante
en que un cielo alucinante
y un infierno de agonía
se funden cuando eres mía
y soy tuyo en un instante».
El mismo Villaurrutia afirmó que en la vigilia, si somos lúcidos, vivimos nuestra muerte al tener que vivir en un sacrificio perpetuo. En momentos como los que ahora vivimos la muerte es lo único que no le pueden quitar al hombre; le pueden quitar la fortuna, la vida, la ilusión, pero la muerte ¿Quién se la va a quitar?
«Hasta en la ausencia estás viva:
porque te encuentro en el hueco
de una forma y en el eco
de una nota fugitiva;
porque en mi propia saliva
fundes tu sabor sombrío,
y a cambio de lo que es mío
me dejas sólo el temor
de hallar hasta en el sabor
la presencia del vacío”.
«Si te llevo en mí prendida
y te acaricio y escondo;
si te alimento en el fondo
de mi más secreta herida;
si mi muerte te da vida
y goce mi frenesí
¡qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?»
Para qué seguir viviendo en la angustia si en cada esquina hay una advertencia. Al final Villaurrutia se rinde no sin antes mofarse de su condición. Su trabajo es matar, pero cuando el último hálito por fin sea expulsado, qué hará la muerte sino aburrirse y pensar que es absurda su presencia al no haber más hombres que matar.
«En vano amenazas, Muerte,
cerrar la boca a mi herida
y poner fin a mi vida
con una palabra inerte.
¡Qué puedo pensar al verte,
si en mi angustia verdadera
tuve que violar la espera;
si en la vista de tu tardanza
para llenar mi esperanza
no hay hora en que yo no muera!»
Si sientes que la llama se extingue entrégate a la doliente angustia. Con “Décima de muerte” (poema incluido en su obra cumbre: Nostalgia de la muerte, 1938), Xavier Villaurrutia dice que mientras se vive se muere, así que está de más el parálisis y la asfixia. Mejor que el destino se anuncie por sí solo mientras cada uno de nosotros existe de la forma que más le convenga.
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