El poema destacado en la epígrafe del texto es probablemente el más dedicado, un clásico cliché que muchos se empeñan en apropiarse para hablarle a su conquista de tácticas y estrategias en el amor para lograr, como asegura la línea final, que un día de estos por fin lo necesite. Estos son los poemas que te ayudarán a decirle que te gusta.
Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
“Táctica y estrategia”, Mario Benedetti
Bello pero gastado, este poema de Benedetti no hace más que hablar de la poca cultura que aquel pretendiente posee y aunque lo ideal sería decirlo con palabras propias que salgan de un corazón enamorado, muy pocos tenemos la capacidad lírica de crear versos hermosos que cubran todas nuestras emociones y el éxtasis de estar junto a alguien que nos llena.
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Existe más poesía de una infinidad de escritores que, con la intensidad que los caracteriza, decidieron exaltar un momento, las cualidades de su amada o simplemente sus sentimientos para declarar el amor más profundo y fresco.
El primer gran gesto de amor que en estos tiempos, en los que somos pocas las almas bohemias que aún escriben cartas y buscan un amor para vivir una apasionada historia, se convierte muchas veces en cursilería e intensidad. Sin embargo, seamos honestos, sólo lo creemos cursi cuando no es para nosotros o no viene de la persona correcta.
Cuando el amor es correspondido y estamos dispuestos a apostarlo todo por una oportunidad con quien pretendemos se convierta en nuestra pareja, el poema se recibe con palpitaciones apresuradas, con un rubor que cubre nuestro rostro y si es posible, con el primer beso.
Tan contradictorios y paradójicos somos que, con rapidez nos damos cuenta de que ese gesto que por años habíamos desdeñado, se convierte en la declaración más romántica, digna de atesorar en la memoria. Muy diferente a una canción, el poema pertenece sólo a los dos: nadie lo canta, nadie lo oye, es algo que uno escribe y el otro lee. El amor con un poema por supuesto que entra por los ojos.
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“Hagamos un trato”, Mario Benedetti
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
“El que más ama”, W.H Auden
Mirando a las estrellas, tengo por cierto
que, si por ellas fuera, podría irme al infierno,
pero en tierra la indiferencia es el menor mal
que debemos temer de hombre o animal.
Cómo nos gustaría ver a las estrellas arder
con una pasión por nosotros que no pudiésemos devolver
si un afecto por igual no puede haber,
el que más ame déjame ser
Admirador como creo ser
de estrellas que no tienen deber,
no puedo, ahora que las veo, decir
que en el día extrañé a una hasta sufrir
Si todas las estrellas van a desaparecer o expirar,
debería un cielo vacío aprender a mirar
y sentir su total y sublime oscuridad,
aunque esto quizá me tome una eternidad.
“Tu dulzura”, Alfonsina Storni
Camino lentamente por la senda de acacias,
me perfuman las manos sus pétalos de nieve,
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve
y el alma es como espuma de las aristocracias.
Genio bueno: este día conmigo te congracias,
apenas un suspiro me torna eterna y breve…
¿Voy a volar acaso ya que el alma se mueve?
En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias.
Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego,
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego,
llenóseme la boca de mieles perfumadas.
Tan frescas que en la limpia madrugada de Estío
mucho temo volverme corriendo al caserío
prendidas en mis labios mariposas doradas.
“Poesía no eres tú”, Rosario Castellanos
Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.
Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.
El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.
El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.
El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan
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“Rima XXIII: Por una mirada, un mundo”, Gustavo Adolfo Bécquer
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
“Soneto XLV”, Pablo Neruda
No estés lejos de mí un sólo día, porque cómo,
porque, no sé decírtelo, es largo el día,
y te estaré esperando como en las estaciones
cuando en alguna parte se durmieron los trenes.
No te vayas por una hora porque entonces
en esa hora se juntan las gotas del desvelo
y tal vez todo el humo que anda buscando casa
venga a matar aún mi corazón perdido.
Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,
ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:
no te vayas por un minuto, bienamada,
porque en ese minuto te habrás ido tan lejos
que yo cruzaré toda la tierra preguntando
si volverás o si me dejarás muriendo.
“Ojos claros, serenos”, Gutierre de Cetina
Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.
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“Estás cansada”, e.e. cummings
Estás cansada
(yo creo)
del perpetuo enigma de vivir y sus afanes;
y yo también.
Ven conmigo, pues,
y partiremos muy lejos
(sólo tú y yo, ¿comprendes?).
Tú has jugado
(yo creo)
y has roto tus juguetes más queridos,
y ahora estás algo cansada;
cansada de las cosas que se rompen,
cansada, eso es todo.
Yo también.
Pero vengo con un sueño en mis ojos esta noche,
y llamo con una rosa
a la desolada verja de tu corazón.
¡Ábreme!
Que yo te mostraré lugares que nadie conoce
y, si tú quieres,
las perfectas regiones del Sueño.
¡Ah, ven conmigo!
yo te encenderé esa maravillosa burbuja, la luna,
que perenne flota.
Te cantaré la canción jacinto
de las probables estrellas,
y buscaré en las apacibles estepas del Sueño,
hasta encontrar la Flor Única,
que sustentará (yo creo) tu tierno corazón
mientras la luna se eleva desde el mar.
“La difícil”, Pedro Salinas
En los extremos estás
de ti, por ellos te busco.
Amarte: ¡qué ir y venir
a ti misma de ti misma!
Para dar contigo, cerca,
¡qué lejos habrá que ir!
Amor: distancias, vaivén
sin parar.
En medio del camino, nada.
No, tu voz no, tu silencio.
Redondo, terso, sin quiebra,
como aire, las preguntas
apenas le rizan,
como piedras, las preguntas
en el fondo se las guarda.
Superficie del silencio
y yo mirándome en ella.
Nada, tu silencio, sí.
O todo tu grito, sí.
Afilado en el callar,
acero, rayo, saeta,
rasgador, desgarrador,
¡qué exactitud repentina
rompiendo al mundo la entraña,
y el fondo del mundo arriba,
donde él llega, fugacísimo!
Todo, sí, tu grito, sí.
Pero tu voz no la quiero.
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“Poema 5”, Pablo Neruda
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
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