“He ofendido a Dios y a la humanidad
porque mi trabajo no alcanzó la calidad que debió tener.”
Leonardo Da Vinci (últimas palabras)
¿Qué tan importantes resultan las últimas palabras que mencionamos en este mundo? Indudablemente mucho más que las primeras. Por lo general sólo escuchamos de forma constante las de las personas famosas, mientras que las de la mayoría de nosotros quedan en el olvido. Las líneas finales podrían resumir una vida completa, o al menos la reacción al ver llegar la inminente salida de este plano hacia otro lugar (o ninguno). Podemos descubrir las diferentes perspectivas leyendo sólo unas cuantas de las más famosas, y resaltará tanto el amor como la antipatía por dejar este mundo que no termina de ser bueno ni terrible.
“Estoy tan aburrido de todo”, dijo Winston Churchill justo antes de entrar en coma y morir 10 días después. Fue uno de los hombres que son responsables de moldear el mundo moderno. Durante décadas trabajó para el gobierno y posicionó a Inglaterra para vencer el régimen Nazi de Alemania. Al final, sólo estaba aburrido. Quizá del mundo, o de sus constantes ataques; tenía 90 años. Pero indudablemente esas palabras son suyas, en ningún momento se cuestiona su veracidad porque era El hombre, pero entonces ¿qué diríamos nosotros? y ¿deberíamos temer a inminente llegada de la muerte? El budismo podría tener la respuesta.
En la cultura japonesa, china y coreana, existen los “poemas de la muerte”, y tienden a hacer una reflexión de la muerte cuando la llegada de ésta es inminente. Por lo general tiene un significado importante sobre la percepción de la vida como un todo. Este concepto se deriva de la enseñanza budista de las “tres marcas de la existencia” en donde se define que el mundo material es transitorio y no permanente, por lo que una conexión fuerte a éste causará sufrimiento, siendo así la poesía como una forma de liberarse del mundo terrenal y morir en paz.
Esta idea es única de la cultura del este de Asia y va aunada a las ideas del budismo Zen (de Japón), Chan (de China) y Seon (de Corea). Desde su creación, esta religión remarcó la importancia de la muerte, porque estar consciente de ella es lo que le permite a los creyentes la plenitud de los placeres y preocupaciones del mundo. Por lo general, los poemas de la muerte eran escritos por la clase letrada, los gobernantes, los guerreros samurai y los monjes. Este concepto llegó al mundo occidental durante la Segunda Guerra Mundial cuando los soldados japoneses escribían estos textos antes de batallas o misiones suicidas, haciendo honor a los samurai.
Los poemas de la muerte por lo general son naturales, agraciados y se mantienen en un aspecto neutral de la emoción, ya que no representan el dolor o alegría total de una pérdida sino meramente una observación de lo que está por llegar o terminar. La estructura puede ser de muchas formas, tanto en haiku como en las dos formas tradicionales japonesas: el kanshi, que va de 5 a 7 sílabas en 4 u 8 líneas, y el waka. Aunque por lo general son conservados dentro de las familias como un recordatorio, existen ciertas compilaciones que nos permiten dar un vistazo a algunos de los últimos pensamientos escritos en “poemas de la muerte”.
La compilación “Poemas japoneses a la muerte”, a cargo del escritor israelí Yoel Hoffmannnos invita a saber más sobre la percepción de la muerte al juntar últimos poemas de monjes zen y algunos poetas de haiku. Este libro podría ser uno de los más bellos porque no nos remite la tristeza de la muerte, sino la luz que reciben justo antes de retirarse de este plano. Los siguientes son algunos ejemplos:
Este mundo
¿Con qué puedo compararlo?
Con campos de otoño
tenuemente iluminados, al anochecer,
por los relámpagos.
-Minamoto No Shitago, poeta waka (911-983)
Un día naces
y al siguiente mueres.
Hoy,
al anochecer,
sopla la brisa del otoño.
-Chikamasa, guerrero y poeta (1394-1481)
Mi corazón
es un río sin fondo,
un torrente airado.
¿Cómo puedo arrojar mi nombre
a la tentación del agua?
-Yayoi, una mujer que se vio obligada a casarse con el guerrero que mató a su hermano durante las guerras de samurais del siglo XVI. Después de escribir el poema, se robó la espada de su esposo para suicidarse.
Aunque mis días se hubieran prolongado
la oscuridad no habría
abandonado este mundo.
En el sendero de la muerte entre las colinas,
contemplaré la luna.
-Oroku, una mujer del siglo XVII que fue maltratada por la madre de su esposo. También se suicidó.
Dentro de poco
seré un fantasma.
Pero ahora,
¡cómo muerde mi carne
el viento de otoño!
-Fuse Yajiro, guerrero al pensar que su muerte llegaría pronto, pero irónicamente se recuperó y dejó un segundo poema:
Vistos desde
fuera de la creación,
la tierra y el cielo
no valen
ni una caja de cerillas.
De si uno se va o se queda es todo lo mismo.
Que no puedas llevar a nadie contigo es la única diferencia.
¡Ah, qué agradable! Dos despertares y un dormir.
¡Este sueño de un mundo efímero! ¡Las tonalidades rosas de un amanecer temprano!
-Tokugawa Ieyasu (1542-1616).
Viento de la víspera del otoño,
sopla todas las nubes que se reúnen
sobre la luz pura de la luna…
Y las neblinas que oscurecen nuestra mente,
llévalas con viento también.
Ahora desaparecemos
bien, ¿qué debemos pensar de eso?
Desde el cielo llegamos
ahora debemos volver.
-Hôjô Ujimasa (1538-1590)
De no haber sabido
que ya estaba muerto.
Hubiera lamentado
mi pérdida de vida
-Ota Dokan (1432-1486)
Llego a mi tumba
en Nihin’enoki.
Y aquí, para mi delicia,
me encuentro a Kitaku e Itcho,
dos amigos con los que he de charlar.
-Kita Takeiko, poeta que murió en 1856 y sabía que iba a ser enterrado con dos de sus colegas.
Inspira, espira,
adelante, atrás,
viviendo, muriendo:
Las flechas disparadas contra sí,
se encuentran a la mitad del camino y rebanan
el vacío en su vuelo sin objeto.
Así regreso al origen.
-Gesshu Soko (1618-1696), maestro budista y poeta.
Has cumplido con tu deber
hasta hoy;
viejo espantapájaros.
-Raishi, poeta.
La muerte puede percibirse de muchas formas. La cultura budista enseña que este mundo sólo es una parte en una “vida” más larga, por lo que no se suele tener miedo, sólo se acepta. La practica sigue viva como una tradición principalmente entre escritores.
Este tipo de textos muestra que más allá de las últimas palabras, la reflexión sobre el fin de una vida quizá sea una de las marcas más fuertes que dejamos. Un último respiro. Quizás Churchill sí estaba aburrido y quería irse, Da Vinci sentía decepción de sí mismo por tener que irse y no hacerlo mejor, pero aceptaban que su trabajo estaba terminado, y un pensamiento final, quizás esas pocas palabras, resumen sentimientos, ideas, felicidad, tristeza, melancolía; toda una vida de este mundo.
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Fuente: Epicavamurta & Japan Times.