La noche está cerrada por defunción. Las nubes, hombro con hombro, impiden el paso a la Luna y las estrellas. Abajo, como un niño en una bañera, el viento remueve con la mano un denso y enlutado océano, generando ondulantes valles y montañas. Un punto de luz minúsculo esquía sobre ellas. Es una embarcación, un ataúd de plástico, una patera. Tras dos días enteros de combate con las olas, se deja mecer exhausta por el sobrepeso y el titánico esfuerzo que ha hecho sin saber por qué. Su motor se rindió hace horas. Ya no hay nortes ni sures, sólo deriva. Dentro, la tripulación, sin techo ni manta, trata de dormir la desesperanza. De pronto, la barca de juguete agacha la cabeza y comienza a tragar agua. El abordaje de las frías aguas, sorprende a jóvenes, adultos y niños. Un ensordecedor estruendo del mar en movimiento, amortigua los gritos y lamentos del puñado de inconscientes presos del pánico. El capitán que les ha engañado, da una orden rápida a una familia de musulmanes que, sin mediar palabra y conducidos por los instintos más bajos, lanzan por la borda a una mujer judía y sus dos hijos de tres y cinco años. Al jaleo de Babel se unen ahora los gritos desgarradores de socorro de los tres puntos negros que ya se pierden entre la fiesta de espuma. «Hay que quitar peso, sino me ahogaré.» Piensa el capitán, quien ordena silencio.
El amanecer despierta nuevos anhelos, ya todos han olvidado el trágico episodio. Pero la barca sigue tragando agua y no consiguen achicarla. Esta vez son un grupo de cristianos los que premeditadamente, saltan con rabia contra los musulmanes y consiguen echarlos al mar medio dormidos. Sin embargo, las escenas de terror aún no han concluido en aquel precario escenario; aprovechando que los cristianos están de pie, tres budistas, un protestante y el capitán, tratan de empujarlos por la espalda. Algunos caen al agua, otros arrastran consigo a los atacantes. El capitán no sabe nadar, otros sí, pero ya da igual. Mientras, la patera herida, llevada en bandeja por las olas, va dejando atrás la sempiterna lucha por la sangre y el color de los dioses. Con el forcejeo la barca, se ha atragantado con mas litros de agua salada, pero ya sin peso va recuperando el resuello. El único superviviente que queda acurrucado en cubierta clava sus uñas a la madera por miedo a ser también ejecutado. Es un adolescente que no tiene religión, ni familia, ni tierra que pisar; el muchacho ahora, sólo se tiene a sí mismo.