Si pensamos en la angustia tal vez sea necesario hacerlo bajo otro tipo de significación, desde uno más profundo. Quizá como parámetro de locura funciona bien para dar paso al pensamiento de que convivimos en una sociedad que expone todos los trastornos. La angustia no sólo inmoviliza, también nos convierte en espectadores de la desesperanza y en ese sentido es cuando la tristeza nos sucumbe.
Quizá sea el momento de repensar la angustia y dejar de disfrazarla en fronteras determinadas. Quizá, ahora, la angustia nos pertenece tanto como la anulación del futuro, y la inquietud hacia el no lugar nos hace sólo seres potencialmente vulnerables, también nos ha desnudado y nos ha hecho volver al punto cero de nuestra naturaleza: la nada.
Juan Carlos Onetti lo sabía a la perfección, la angustia era esa presencia que nos hacía —o hace— significarnos en la oscuridad y en lo irremediable. En “Astillero” repiensa la angustia de lo perdido, de lo extremadamente jodido: “había aceptado ahora enloquecer o morir, miraba despistado el movimiento de sus zapatos sobre la tierra oscurecida por la lluvia y dedicaba gratuitamente el discurso a la mujer amplia e inmóvil […] Están tan locos como yo”.
Ante lo desconocido —y la ansiedad por ello— la angustia nos da todo tipo de embate psicológico. Nos abruma y el nerviosismo invade cualquier aspecto de la razón, y no sólo eso, las emociones se oscurecen hasta dirigirnos a los miedos. La angustia nos brinda la experiencia de las obsesiones y, en algunos casos, la conclusión de la vida.
No es parte del azar, es más un resultado de todas las soledades, de futuro desierto y de lo infértil de la felicidad. Para Onetti también es un juego, aquello que es real: “Y si ellos están locos, es forzoso que yo esté loco. Porque yo podía jugar a mi juego porque lo estaba haciendo en soledad; pero si ellos, otros, me acompañan, el juego es lo serio, se transforma en lo real. Aceptarlo así —yo, que lo jugaba porque era juego—, es aceptar la locura”.
Desde siempre se nos ha recalcado el infortunio de buscar la perfección y, alrededor nuestro, se nos subraya la importancia de encontrar lo perfecto. Dios es lo único pero también lo es el capital, como lo es el progreso, como lo es todo/nada. Freud nos dice que en la angustia hay una inexistencia de objeto… Quizá, ahí está lo terrible de este estado afectivo: al desconocer lo perfecto somos sujetos de cualquier laberinto.
La angustia también nos brinda el fastidio, la interrupción y la fractura de cualquier sueño, como escribe Onetti en “El Pozo”: “Lo curioso es que, si alguien dijera de mí que soy ‘un soñador’, me daría fastidio. Es absurdo.”
Y así, continuamos en el constante fastidio.
En las primeras líneas de “El Túnel” Ernesto Sábato nos da apuntes sobre la locura y guiños inseparables de la angustia: “Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que todo tiempo pasado fue peor, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza”.
La memoria también representa lo que siempre hemos querido olvidar. Nos recuerda aquellas proyecciones y luchas inalcanzables hacia lo mejor; la memoria nos recuerda que no somos y nunca seremos perfectos, pero recurrimos al recuerdo porque es lo único que nos queda para soportar la vida, el presente, o lo que sea.
La angustia acentúa lo inentendible de la felicidad, como escribe Sábato: “La felicidad está rodeada de dolor”.
La angustia nos dice una verdad: somos locos conviviendo con otros locos y en nuestra pérdida de rumbo podemos detenernos un momento a coexistir en soledad y susurrarnos que también la perfección es una locura y que la angustia es lo jamás devuelto: la plenitud.
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Reflexionar sobre nuestro entorno es parte fundamental de lo que nos hace ser lo que somos, y si alguna vez te has sentido incomprendido, te identificarás con las siguientes frases si eres un poeta o escritor y crees que el mundo no te entiende. Además, estas canciones las puedes escuchar mientras eres joven y te sientes perdido.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Rolando Noguera.