Sin razón, sin alevosía, un día te encontré. No sabré decirte qué pasó, pero me enamoré y mi vida te entregué. Mi alma empeñé en un sueño, en una fantasía.
Soñaba en despertar cada mañana, abrir los ojos y que tú estuvieras a mi lado. Que cada noche mi abrazo te tuviera, que juntos anduviéramos en los planes, construyendo un universo de detalles que perdurarán más allá de todo tiempo.
Probablemente no pase un sólo día que deje de añorar que seas parte de mi vida, seguramente no pase una noche en la que no suspire por tus ojos, por tu voz arrullándome.
Qué más quisiera que fueras ese sueño que llena cada uno de mis suspiros. Desearía poder cuidar de ti, que jamás tu vista se nublara, que mis manos te protegieran y que tu sonrisa no se perdiera. Yo velaría por ti, por tu paz, cuidaría nuestro amor y lucharía cada combate necesario, inventaría colores en cada lienzo sólo para ti, si fuera preciso.
A cada instante en mi alma hay un susurro, una súplica, un grito que te busca, que aspira a que te vuelvas realidad. Cada soplo que mi ser contiene pide por ti, en mi mente no habita más que luceros con tu nombre, que te inventan de mi mano. Qué más quisiera que fueras el sueño que se vuelve realidad. Te entregaría mis manos, tu piel y mi piel se volverían eternas, un sólo beso y el cielo sería nuestro.
Y te juro no habrá momento en que dejes de estar en mí, en que mis latidos te invoquen, te imploren, no habrá un segundo en que mi danza no sea tuya. Tan sólo quisiera que fueras mi realidad.
O quizá llegue el día que agobiada de la ilusión sin sentido, mi sueño se termine, se vuelva un hueco en mi pecho y te conviertas entonces en esa nube gris que opaca mis colores, que desvanece mi arcoíris.
Qué más quisiera que fueras mi sueño que se vuelve realidad.
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Dos cuerpos unidos por el deseo de las pieles, pues “al hablarte me escuchas desnuda de conceptos”.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Jessica Janae.