Cuando el amor no nos corresponde, sentimos cómo nuestro cuerpo cae en picada por un precipicio invisible, cómo se nos estrellan todas las esperanzas en la cara, cómo un golpe seco nos deja temblando de miedo e imaginando lo que pudo ser, el hubiera… y nos quedamos a la espera, con esa esperanza ansiosa, de que un día el amor, por fin, nos corresponda:
Anoche mientras las estrellas caían te escribí una carta, y puse todo lo que sentía, todo lo que en verdad quería, todo lo que ni mis palabras, ni mis mensajes podían decirte. Escribí la carta pensando en lo mucho que sentí en tan sólo un par de días, en una salida al cine, en cuatro horas al teléfono.
Sabía que me querías, de eso estaba seguro, pero también sabía que tenías un fantasma; un imbécil que no supo valorar seis años a tu lado, que te lastimó, que se portó como un animal y sólo te dio momentos tristes, de dolor y sufrimiento.
No lo ibas a superar, no sería tan fácil porque seis años no se tiran a la basura, seis años se llevan en el corazón, en la piel, en los labios… sabía que sería difícil dejar la costumbre de un mensaje en la mañana y sexo en la noche, la costumbre de querer a alguien.
¿Tendría que esperar? Seguramente, y no sería fácil la espera, no sería fácil tener que soportar la distancia que separa a dos corazones. ¿Lo haría? Claro, no hay razones para dudarlo, pues cuando uno quiere, espera, volara y hace todo lo que su corazón le dicta, cegamos a la razón.
Cegar a la razón es lo mejor que podemos hacer cuando se ama, muchos dirán que es un error, que sólo conseguimos lastimarnos, pero, ¿y qué si nos lastimamos? La vida son experiencias, un corazón roto, un beso, son experiencias, una borrachera y un día de resaca suelen tener el mismo efecto que el amor, sólo que momentáneo.
Fumaba un cigarrillo y bebía un poco de whisky con sabor a ausencia, y pensaba en lo mucho que tendría que soportar para poder darte tiempo. Después del cine y el beso, de la salida con los amigos en el que tuvimos que ser hipócritas fingiendo que entre nosotros no había nada, después del viernes en tu casa, de más besos, una llamada ahogada y un no puedo, después de todo eso, sabía que nada sería igual… ¿Quién puede hablar cuando las bocas se conocen?
¿Soportaría? Sin dudas lo haría, soportaría, aguantaría sin pensarlo. Cuando se ama, cuando se quiere, cuando se está enamorado, se hacen las cosas sin pensarlo, se le dice que sí a lo que rechazaría, y se rechaza lo que en otro momento sin duda aceptaría.
Un año me pidió, ¿para qué ponerle fecha? Sabemos que entre los dos existen muchas cosas a las que poner fecha las mataría. Sólo pude mirarla y pedirle algo: “no pongas fecha”, dije, si sentimos algo antes, si sabemos que esto irá por un camino que ambos aceptemos, hagámoslo, un mes, dos años, qué importa, hagámoslo.
Sólo me queda esperarla, saber que estará allí sintiendo lo mismo que yo, pero con miedo, con miedo y desconfianza de volverse a enamorar y de volver a sentir algo por un hombre, de volver a confiar. ¿Mi tarea? Lograr que vuelva a confiar en los hombres, liberar esos miedos.
Sé que el camino será duro; verla entrar por la puerta del salón, caminar a lado de ella y contener esas ganas de abrazarla, de tomarla de la mano y de querer ser uno contra el mundo. Tendería que aguantar todo eso, pero si de algo estoy seguro es que al final de todo, valdrá la pena.
**
Si quieres alejarte del amor, quizás estos 10 libros que nadie te recomienda pero deberías leer para entender mejor la vida te ayuden a mitigar la tristeza…
**
Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Anastasia Shcerbak.