Dicen que recordar es volver a vivir, pero yo no creo esas tonterías.
Recordar debería ser volver a morir entre los pliegues de tu falda y ese cabello negro bailando al ritmo de tu andar.
Morir debería ser esa relación que surgió desde el primer momento en que cruzamos palabras; morir en el instante en que ahogados en miedo nos tomamos de la mano por primera vez, cómo si ese momento hubiese despertado en nosotros un instinto de conservación tan grande que ninguno se sorprendió de lo ocurrido.
Debería ser volver a morir sin aliento tras haber arrancado de esos labios ese largo beso, volver a morir a cada imagen tuya.
Aun en estos momentos creo verte cruzar la calle, comprar en el supermercado o escuchar tu risa en los lugares que frecuento; lo extraño es que a mi edad tú sigues luciendo como esa radiante chica de 17 años que conocí.
Regresaré al jardín a que el sol caliente mis huesos. Me tumbaré en la mecedora y con mi pipa en la mano me haré a la idea de que sólo fuiste un lío más en mi vida; que ya te superé. Eso me digo todas las mañanas.
Recordar debería ser volver a morir en ti.
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