La caída de mis dioses es la inevitable muerte del alma de una persona. De aquellos vagos recuerdos y puros sentimientos que se hacen presente en la realidad latente de la vida de cada quien. No es él quien muere, no es su vida la que acaba sino la idiosincrasia heredada de su familia, su sociedad y su propia mente.
Es la pérdida de la inocencia, un camino abierto a la locura y cientos de vertientes que dan cabida a una profunda laguna mental de las que muchos sufrimos o intentamos superar. Es el transcurso de la vida, el paso de lo nuevo a lo viejo y viceversa. Una y otra vez, incansablemente como un atroz y perpetuo retorno del que jamás escaparemos por más locos y perturbados que estemos.
Es un viaje personal, propio y único. Un oráculo, en este caso un búho que, dadas las circunstancias, nos abandona a causa de nuestros inevitables errores. Un relato para aprender a liberarse.
ILUSTRACIONES Y PORTADA:
Una mañana vi a una hermosa flor nacer.
A la mañana siguiente decidí susurrarle al oído lo que sentía por ella.
A la tercera mañana la flor murió y mi alma se quebrantó en incontables fragmentos.
Comprendí en ese momento que muere injustamente el silencio a causa de una aparente e incierta verdad.
LA CAÍDA
Miré al cielo y vi la noche, tan desdeñada como siempre, al menos desde que el frío y el silencio abrazaron mi piel para no volver a soltarla jamás.
Las palabras del búho fueron como hojas afiladas que, al caer sobre mi cuerpo, hirieron cada fragmento de mí: y fue ahí cuando mi verdad se quebrantó junto a la sinfonía que empezaba a componer el bienvenido otoño.
LA SENTENCIA
— ¿¡Por qué lo hiciste!?—y el silencio se encargó de responder.
Aquella noche un joven murió y durante los siguientes días centenares de ellos también corrieron la misma suerte.
Ni siquiera pude despedirme, ya era demasiado tarde. Cuando fui a buscarlo, no lo encontré por ninguna parte, todo su universo estaba vacío. Volví a casa, busqué entre sus cosas; la vieja soga yacía ausente al igual que su rostro. Entonces, me preocupé, sabía lo que había sucedido.
Nunca perdonaré su decisión. Su alma había sido sentenciada por aquellos sujetos que suelen frecuentar los bosques vestidos con un inmenso traje negro, ellos se ocultaban en las cavernas de la vergüenza. Desde ese instante, ellos y aquel joven murieron para mí.
Mi verdad buscó venganza alejándose de mí.
LA PARTIDA
—Existe un misterioso lago donde dicen que se ocultan las verdades muertas de este universo. Quizá él pueda estar allí. Pero por tu bien no deberías buscarlo; nadie que lo haya hecho antes ha conseguido volver a ser el mismo. —dijo el búho. Tan sólo me empeciné en caminar, abriéndome paso entre la penumbra del odio y el rencor. Estaba cometiendo un error: lo sabía. Pero aun así lo hice.
Mis pasos como objetos perdidos en la nada avanzaban uno tras otro. Aparentemente me alejaba del inicio de esta tortura, de toda esta incertidumbre, pero, a pesar de que la luz de la cuarta habitación iba perdiéndose en medio de la penumbra de la noche el búho no se alejó en ningún momento de mí. Al verlo a los ojos sentí que él conservaba intacta la esperanza de que tarde o temprano volvería antes de que terminara el otoño.
Una esperanza que se me empezaba a escurrir entre los dedos.
EL SILENCIO
Anocheció como ayer…
—Creo que tu enojo hace que tu memoria se encuentre un tanto ofuscada. ¡Debes liberarte! expresó el búho.
— ¿De qué?, ¿de mi ira acaso, del recuerdo, del sentir? —respondí.
—No necesariamente de ello. Hay algo más en tu corazón que ha logrado pudrir todo lo bueno que alguna vez inundó dentro de ti. Pareciera que elegiste disfrutar de la espesa marea del sufrimiento humano, de la inútil abnegación por sanar el dolor, del martirio de culparte por cada injusta muerte en este mundo…
— ¿¡Es que acaso existe una muerte que sea justa!? —grité con las lágrimas de mis ojos.
—No, no la hay. Pero digamos que mucha gente muere por causas que aparentemente lo son. Por ejemplo, el silencio muere injustamente cada vez que hablamos creyendo equivocadamente que decimos la verdad. En este caso, nuestra verdad es aparentemente una causa justa, aunque en el fondo sea todo lo contrario.
Entonces recordé la mirada de cada uno de aquellos sujetos de traje negro, y luego el cuerpo inerte de aquel joven sin rostro.
— ¿Quién asesinó a quien? —me pregunté.
El silencio supo hacer lo suyo con mi alma perturbada.
El MARTIRIO
Sentí cómo el frío se apoderaba de mi cuerpo. El viento zigzagueaba enloquecidamente entre las ramas de los árboles. De pronto una oscura y espesa capa de niebla lo ocultó todo. Me perdí. Desesperé, enloquecí: mi respiración se agitó con el atroz sonido de mis torpes pasos rompiendo las ramas caídas de los árboles. Encontré una luz y me dirigí hacia ella.
Al llegar, encontré a un pequeño niño con su libreta en la mano, intenté acercarme, pero cada que lo intentaba su silueta se desdibujaba del contorno de aquel sombrío lugar, poco a poco iba perdiendo el color y cuando se decidió por abrir la libreta el latir de su corazón empezó a escucharse en medio de la oscura y silenciosa noche. La libreta se tornó oscura y fría, y en cuestión de segundos se convirtió en un nido de gusanos que, al mezclarse con las hojas secas caídas en el suelo, dieron paso a una gran nube de mariposas grises que al salir del suelo se abalanzaron contra mí para atacarme. Caí al suelo rendido ante la desesperación y la confusión de lo que estaba pasando. De momento, alguien me tomó por los hombros. Era aquel joven. No tenía rostro y sus manos estaban frías. Había un oscuro agujero en su pecho de donde sacó una llave que luego me ofreció. Cerré los ojos y sacudí un tanto la cabeza porque no creía que aquello estuviera sucediendo. Al abrirlos, él ya no estaba y la niebla poco a poco empezaba a abandonarlo todo.
Las luciérnagas empezaron a iluminar y poco a poco yo desperté… Mi martirio había sido un sueño o quizás solo una oscura parte de él.
LA LLEGADA
Conseguimos llegar al final del vacío oscuro de aquel túnel. Nos encontramos con una puerta que intenté abrir, pero cuando me propuse hacerlo ésta se abrió por sí sola. Entramos y no había más que una vieja y abandonada habitación. Todo estaba roto y lleno de polvo, no había luz y un olor desagradable lo inundaba todo en aquel lugar.
Cuando volteé la mirada con la intención de buscar la salida, vi su cuerpo colgado a un costado de la puerta por donde habíamos entrado. No cabía duda, era él y la oscuridad ocultaba su rostro al igual que mi verdad.
Caí de rodillas, lloré, grité, maldije a todos especialmente a aquellos sujetos de traje negro, y mientras lo hacía supuse que después de todo, la culpa había sido mía.
Sollocé a causa de una amarga pena que se había encargado de devorarlo todo dentro de mí…
El búho tenía razón.
LA SENTENCIA
La última pregunta que tenía resultó ser también mi última palabra: mi propia sentencia.
— ¿A dónde iré?
El búho respondió. —A donde tu alma elija pertenecer.
Pensé en aquel lago tan incierto.
—Si buscas ese lugar no volverás a saber de mí. —vociferó el búho. Y estaba en lo cierto, era lo que mi alma había decidido hace ya un buen tiempo, desde que eligió huir de la realidad.
El vacío se abrió espacio entre la nada, y la oscura noche parecía interminable. Al menos para mí. El búho y yo nos miramos, el tiempo hizo lo suyo al igual que nuestro silencio.
El búho lloró.
LA CAÍDA
Busqué el lago, aquel donde se ocultan las verdades muertas de este universo. Y cuando lo encontré, me acerqué a él, vi el reflejo de mi rostro por última vez antes de que el lago lo desapareciera.
¡No!, ¡no! No podía permitir verme así, ese ya no era yo. Rompí todos los silencios que yacían como espejos sobre el cuerpo del lago: indefenso y acorralado golpeé con vehemencia su cuerpo desnudo de tal manera que todo se inundó de sangre.
Finalmente, mi rostro desapareció; el búho me abandonó y cuando todo eso sucedió, noté que estaba muerto. El otoño había terminado y con ello había pagado el precio de la injusta muerte de mi aparente verdad: mi silencio.
Y desde entonces, mi perturbada alma solo encuentra paz cuando escucha a un búho ulular.
Una noche vi a las estrellas reunirse junto a la luna.
La noche siguiente vi en sus rostros la alegría de la sinfonía que componían.
A la tercera noche una de ellas bajó del cielo, tocó mi rostro, lo besó y me entregó a un pequeño búho.
Sentí en ese momento como una pequeña parte de mí se reconciliaba con toda la inmensidad del silencioso universo.
Si este relato para aprender a liberarse fue de tu agrado, no dejes de leer los otros textos que tenemos para ti, te compartimos uno que también puede convertirse en uno de tus favoritos: 6 cuentos que demuestran a la perfección que el amor es corto y eterno.
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