Abrir una botella y dejarse ir en el papel o la pantalla. Quizá ése sea uno de los más grandes placeres en la vida del profesionista contemporáneo o, mejor aún, del escritor eterno. Todas las personas que en algún momento nos hemos tenido que enfrentar a la redacción de un ensayo o una investigación, y que probablemente nos seguimos dedicando al mundo de la escritura, hemos experimentado (con seguridad) esa dulce satisfacción que implica el descorchar un buen vino, abrir una cerveza o preparar un trago para trabajar al mismo tiempo. Si no, todavía es tiempo de hallar la manera correcta de hacerlo. Que nadie se interponga entre la bebida y tu producción escrita es uno de mis principales mantras; de hecho, las presentes líneas no me están privando de disfrutar una cerveza justo ahora.
“Encontrar ese equilibrio entre vicio, emoción y coherencia en el ámbito profesional no es fácil; la mayoría de las veces se sale perdiendo de ese juego binario”.
Y es que hablando de frases o pensamientos que tienen algún poder psicológico, probablemente espiritual en nosotros, podemos recordar a nuestro amado Hemingway, quien solía decir, supuestamente, que escribir borracho y editar sobrio es un deber irrenunciable. Frase apócrifa pero cierta. Escribir bajo el influjo del alcohol es relajarse, es encontrar en lo más profundo de nuestro ser la posibilidad de convertir la escritura en algo sincero y mucho más seductor, es permitirse decir lo que sea y como mejor convenga. Aunque en ocasiones duela y la vida en las letras no sea del todo feliz.
Para muestra, están allí mis queridos Fitzgerald, Thompson, O’Neill, Faulkner, Steinbeck, Lewis y Capote; personajes eclipsados en distintos momentos y en muy diversas condiciones por su pasión a la bebida y el conflicto que ésta trajo con el paso del tiempo. Y los entiendo perfectamente, encontrar ese equilibrio entre vicio, emoción y coherencia en el ámbito profesional no es fácil; la mayoría de las veces se sale perdiendo de ese juego binario.
“La relación entre alcohol y ocupación ha sido siempre enigmática, pero sobre todo, terriblemente verdadera”.
Sin embargo, una investigación en la Universidad Simon Fraser, en Vancouver, dice haber encontrado en un grupo de prueba cierta información pertinente para esto que exponemos aquí. Según sus resultados, individuos con un nivel de alcohol en la sangre mayor a .09 pudieron sostener una escritura sin complicaciones y de mayor creatividad por un espacio de tiempo determinado. Y no sólo eso, sino que sus oraciones eran más sólidas, estructuradas e innovadoras.
De acuerdo con lo expuesto por este análisis, podríamos decir que la ingesta de alcohol genera todavía más sentido en las reglas que seguía Hemingway en su método. Por ejemplo:
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1. Empezar el texto con una frase contundente es como dar un primer trago; es ir a la verdad sin ornamento para seguir sin miedo.
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2. Detener la escritura cuando aún se sabe qué podría seguir. Sabemos qué sucederá si seguimos bebiendo, entonces debe tenerse tacto y medida para poner una pausa y no perder el hilo.
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3. No pensar en tu texto cuando no estás trabajando en él es una dulce coherencia que ofrece el hecho de beber por diversión y hacerlo por inspiración.
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4. No es necesario describir una emoción, se requiere hacerla. Y para llevarnos al extremo de lo triste o lo feliz, ¿qué deberíamos estar haciendo? Claro. Beber.
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5. Ser breve y no andar con rodeos es una claridad que muchas veces se obtiene con la desinhibición que provocan las bebidas espirituosas. Así que más copas suelen significar más concisión.
Obviamente esto no significa que vas a perder la conciencia cada que necesites trabajar, tampoco que requieras con invariabilidad una botella cada que te sientes a escribir; de ser el caso, con seguridad no terminarías mucho de lo que comienzas. Una cosa es buscar un poco de inspiración y soltura con ayuda de la bebida, pero otra muy distinta es beber hasta perderse con cualquier pretexto. Para eso no hay necesidad de comprometer nuestra profesión.
Según el estudio, el alcohol brinda apoyo para deshacerse del estrés, para soltar un poco las tendencias ridículas del perfeccionismo y desobedecer absolutamente al pensamiento común; no obstante, si se cruza cierto límite se abandona esa “zona” de trabajo e imaginación para adentrarse a otra que no permite el libre tránsito de las ideas. Lo cual, sobra decir, no sirve de nada.
La relación entre alcohol y ocupación ha sido siempre enigmática, pero sobre todo, terriblemente verdadera. Si bien se ha dado en innumerables casos como un acompañamiento para escribir, también ha fungido como una acción de bienestar ante las inclemencias de la vida cotidiana. Pensemos en un Melville o en un Bukowski, hombres cuyos pasados no les permitían un presente soportable y una actividad artística llena de gozos o satisfacciones. La escritura no es un acto feliz y mucho menos si se está totalmente perdido en el alcohol.
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Esto no se trata de enaltecer la ebriedad, de glorificar a nuestros alcohólicos en la literatura universal, sino de considerar que en ocasiones el mundo circundante es demasiado –por ponerlo en palabras– y éste no permite la renuncia necesaria como para crear otros nuevos. El trago, durante el momento justo de la redacción, de la producción impaciente, es una oportunidad de hallazgo y pérdida. Es desatar las riendas de un caballo desbocado pero estar lo suficientemente entero como para enlazarlo una vez más. Para ahondar un poco más en este mundo de ingesta y creación, revisa las lecciones de Truman Capote para escribir y las frases de Ernest Hemingway para comprender la vida.