A continuación otro poema de la joven autora ecuatoriana Samantha Sampedro, quien explora con su particular imaginario y universo referencial el solipsismo, la identidad y la soledad como posibilidad idónea para una anécdota ligada a la fantasía, sin caer en fatalismos ni enfrascarse en trágicos conceptos estéticos.
Empecé a volar
Creí tener las manos llenas de almas que no se filtrarían jamás entre mis dedos, creí que siempre las tendría sujetas a mí porque las consideraba tesoros valiosos, únicas en su especie.
Siempre alzaba mis manos con ellas feliz en señal de agradecimiento.
Sin embargo, y con el pasar del tiempo, esas mismas almas presionaban mis dedos y los empezaban a abrir para ser soltadas. Primero fue una, después la segunda, y finalmente se desvaneció la tercera. ¿Encontrarían otras manos?
Caí arrodillada y abatida, ya nada me pertenecía, o quizá nunca me pertenecieron, sólo que siempre las quería tener a mi lado. ¡Qué bonito fue disfrutar de ellas mientras duró!
Las lágrimas cayeron en la arena, ella las absorbió, todo fue muy curioso, regresé a admirar el majestuoso mar. ¿Serán las lágrimas acumuladas de todas las personas que han llorado por soltar almas?, me pregunté.
Sentí que no estaba sola, que no era la única. De repente un brillo en el horizonte me dijo que las almas entran y salen de nuestras vidas, que es normal y no tenía por qué afligirme.
Rogué a ese destello de luz que me diese una, que nunca se aparte de mí. Me contestó: tiempo al tiempo, no te daré almas, prepararé para ti manos limpias y abiertas a acogerte.
Entonces, empecé a volar.
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Las imágenes que acompañan al texto pertenecen a Sophiea Nots.
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