Iré al jardín a cultivar las flores
a tocar la tierra con mis manos,
sentir así el cuerpo desnudo del campo
de la vida y de lo incierto.
Naufragar entre un mar de rosas
junto a espinas y perfumes,
acabar rendido y perdido
ante la belleza del sol.
Perdido entre las nubes
tus ojos, ¿los luceros del día?
Precisamente porque le roban al sol
el mayor destello de la vida.
Salir corriendo a destiempo,
viajar entre los caminos de la luna
acompañado de las estrellas,
aquellas prisioneras de tu rostro.
Una vez más iré de regreso al jardín
recogeré las rosas antes de la medianoche
y seré con ellas una sinfonía
que solo puedas oír después del amanecer.
Prometo no ser cortante,
ni que mis palabras sean distantes
antes bien quiero yo ser
el que de ti no pueda sino ser.
¿Por qué?
¿Tiene que haber motivo alguno?
¿Acaso no basta el perfume de una flor?
Y los jardines… ¿efímeros todos?
No, amada mía,
no hay motivo para dudar,
porque de ser así,
estaría incompleto.
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