Los 90 fue una década increíble para ser un pequeño fanático de las caricaturas. Desde una temprana edad fui expuesto a una cantidad insana de cultura pop. Algunas de mis memorias más atesoradas de la infancia se formaron frente a la pantalla del televisor, viendo a Batman perseguir rufianes a por Gotham City, a Yakko y Wakko con su eterno enamoramiento por la Enfermera y al buen Charlie Brown y a su perro Snoopy, de Peanuts, intentando vanamente patear un balón, volar un cometa, dedicar un par de palabras a aquella niña pelirroja o encontrar una manera indolora de existir.
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A los 20 años es probable que comience a complicarse el panorama emocional y surjan ligeras crisis existenciales, acompañadas de implacables ataques de nostalgia. Un maratón de comiquitas noventeras puede hacer su trabajo para mitigar sus efectos. Con Peanuts pasa algo peculiar, pues cualquiera es capaz de notar el constante estado de implacable terror existencial al cual Charles M. Schulz somete a sus personajes. Condenados a vivir en un pueblo sin nombre, en un perpetuo estado de niñez y —al carecer de alguna figura paterna visible— adultez simultánea, conscientes de su propia insignificancia e incapacidad de realizar la más simple de las tareas como patear un balón. Un tajante sentido de realidad se esconde detrás de los alegres dibujos de niños cabezones que plagaron la obra de este caricaturista por casi 50 años.
La insoportable carga de existir
Charles M. Schulz (1922-2000), creador de la tira cómica Peanuts, junto a Snoopy.
Charles M. Schulz —“Sparky”, para los amigos— fue un escritor y artista, creador de la aclamada tira cómica Peanuts. En su primer número, publicado en 1950, introdujo al mundo a quien se convertiría en el héroe de su obra: Charlie Brown, un pequeño de gran cabeza calva que camina por la calle mientras dos pequeños lo observan sentados en la banqueta. “Ahí viene el buen Charlie Brown,” dice efusivamente uno de los pequeños a su interlocutora. “¡Sí, señor, el buen Charlie Brown!”. Justo cuando la imagen de Charlie Brown como el niño más simpático que hayas conocido se empieza a dibujar en tu mente, la pequeña historia concluye tajantemente con la línea: “¡Cómo lo odio!”.
La primera tira cómica de Peanuts, publicada en 1950
En sólo cuatro viñetas queda claro que Charlie Brown no es el clásico héroe que esperamos de una historia infantil. De hecho, podría decirse todo lo contrario. En él podemos encontrar los ingredientes básicos para la creación de un antihéroe existencialista. Su soledad no se limita únicamente a un estado físico, sino que se extiende a un aspecto psicológico. Se encuentra perpetuamente alienado de sus pares y condenado a deambular de experiencia insignificante a experiencia insignificante. Ya sea haciendo de pitcher, a sabiendas de que la bola regresará para despojarlo de sus ropas, o intentando, una vez más, patear ese condenado balón, bajo la latente sospecha de que Lucy lo quitará en el último momento, el buen Charlie Brown sigue las huellas de Meursault, con la única excepción de que, al final, la guillotina no vendrá a librarlo de sus infortunios. En resumen: un clásico antihéroe existencialista.
En 1946, en su conferencia L’Existentialisme est un humanisme, el filósofo francés Jean-Paul Sartre resumió el existencialismo con el aforismo “existencia precede a esencia”. En otras palabras, no hay una fuerza o poder superior que defina al ser humano, por lo cual él debe definirse constantemente a sí mismo. El hombre es la suma de todas sus acciones. No es otra cosa que lo que él hace y al estar condenado a ser libre, puede hacer lo que le plazca. Aunque esto pueda parecer tranquilizante, la realidad es que la libertad puede llegar a esclavizarnos en su propia y particular forma. ¿Cómo? No hace falta más que ver a nuestro cabezón antihéroe.
En una de las imágenes más representativas hechas por Schulz, vemos al buen Charlie Brown sentado solo durante la hora del almuerzo, lamentándose cual Demetrio por un amor no correspondido. “Ahí está esa niña pelirroja comiendo su almuerzo,” dice Charlie Brown. “Me pregunto qué haría si caminara hasta allá y le preguntara si me puedo sentar a comer con ella”. Es la misma libertad de ser tan capaz de pararse e ir a hablar con el objeto de su afecto como permanecer sentado, solo como tantos recreos antes, lo que tortura a Charlie Brown y él mismo lo reconoce. “Podría hacerlo ahora mismo. Todo lo que debo hacer es pararme… ¡Me estoy parando!… ¡No! ¡Me estoy sentando! Soy un cobarde”.
El propio Schulz, de acuerdo a la biografía Schulz y Peanuts, era víctima del mismo terror existencial que agobia a su creación. Hijo único de un matrimonio de Minnesota durante la gran depresión, huérfano de madre a una joven edad, veterano de la Segunda Guerra Mundial, tímido e incapaz de desarrollar relaciones con facilidad, decidió maldecir con estos males no sólo a Charlie Brown, sino a múltiples de las personalidades que plagan su universo.
En las páginas de Peanuts, los niños se ven condenados a existir en un mundo carente de la autoridad adulta y aunque se llega a mencionar la existencia de padres y maestros, siempre permanecen silenciosos y fuera de la viñeta. Esto deja a los pequeños solos, intentando —cada uno a su propia manera— existir de la manera más indolora posible; ya sea recurriendo tras el refugio de una deidad llamada “La Gran Calabaza” y una mantita de seguridad (Como Linus), procrastinando y rehusando tomar responsabilidad por sus acciones (como Peppermint Patty), con la ayuda psiquiátrica de Lucy —a sólo 50 centavos la sesión— y lamentándose día y noche por su mala suerte. Sin embargo, quien probablemente ha encontrado el mejor método de escapismo a este mundo sin sentido es nadie más que la cara comercial de la franquicia: Snoopy.
En 1942 Albert Camus publicó su ensayo Le Mythe de Sisyphe, en el cual presenta a Sísifo, un personaje de la mitología griega condenado por los dioses a rodar una roca por una colina solamente para verla rodar cuesta abajo al final del día, así por toda la eternidad, como una metáfora de la constante lucha del hombre por encontrar un significado a una existencia que inherentemente es absurda. Camus expone a Sísifo como el máximo exponente de un héroe absurdista, ya que, al saber que no hay nada más en la vida que la absurda faena que está condenado a realizar, puede encontrar felicidad en ella.
Snoopy, al igual que el resto del reparto coral de Peanuts, se encuentra atrapado en el mundo absurdo que Schulz ha creado, pero en vez de enfocarse en el lado negativo de vivir en un mundo existencialista y sin reglas como su dueño, ha decidido tomar esto a su favor.
Mientras el buen Chuck decide lamentarse por todas las malas decisiones que ha tomado, Snoppy prefiere aventurarse a la Primera Guerra Mundial —sin más armamento que su confiable casa voladora— a enfrentar a su jurado enemigo, el Barón Rojo, a escribir una novela a pesar de ser un perro sin el menor bagaje literario y para evitar extendernos más de lo necesario, a vivir en un mundo de salvaje fantasía que solamente él podría imaginar.
Fragmento de tira cómica de Peanuts, publicada en 1963
Ser consciente de tu propia existencia puede ser una experiencia perturbadora. Como Linus describiría elocuentemente en una de las tiras más cómicas de todas: “Soy consciente de mi lengua… ¡Es una sensación terrible! De vez en cuando, me vuelvo consciente de que tengo una lengua y se empieza a sentir como un bulto… No puedo sacarlo de mi mente… Me sigo preguntando dónde estaría mi lengua si no estuviera pensando en ella y entonces la puedo sentir presionando ligeramente contra mis dientes. Mientras más intento sacarlo de mi mente, más pienso en ello”. Sin embargo, Schulz tuvo la gentileza de mostrarnos de igual manera el lado positivo de esta particular filosofía, como podemos ver en la siguiente imagen:
Snoopy, el As Volador de la Primera Guerra Mundial surcando los cielos
Por más de 50 años, Peanuts se ha mantenido como una pieza de cultura pop diferente a las demás. Cumple su función de entretenernos, hacernos reír y sentir, pero va más allá de eso. Nos muestra que un niño calvo de cabeza redonda y su filósofo cuadrúpedo con imaginación hiperactiva son igual de capaces que muchos de los más grandes pensadores de la historia para hacerse algunas de las preguntas importantes de la vida. Nos pone en el mismo infierno que vive nuestro antihéroe para ayudarnos a entender, aunque sea un poco más, la insoportable carga de existir.
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