Poema por: José Fernando Meneses Romero
Pintura por Jorge Sarquis Bello
Y bueno soledad, aquí tu y yo,
tullidos en la misma escena,
hirviendo el polvo que me queda,
deshojando la carne de mis dedos
que se inmola en tu dulce silencio.
Y que se vayan los monstruos que
en tu lugar padecieron hambre,
que me quitaron ambas piernas, pero el mar
–el mar que es tu hijo, espuma
que se abre como una espina hilando
galaxias, que te habla infinito en tu lenguaje–
valiente y gentilhombre vino a rescatarme.
Que se vayan los hechiceros,
los de las palabras pétreas, gárgolas
palabras en la iglesia de lo efímero,
que hicieron de mis ojos dos volcanes,
arenas derretidas, anaranjados soles.
Mis ojos que hartos de la poca luz
tanta vida han demostrado,
aquellos que salvaste de ser piedras,
de su estúpida falta de fuerza,
animalidad sin violencia.
Y mierda, que se larguen,
los malditos analistas, los psicólogos,
los de los toros que no saben matemáticas,
los que se visten de blanco y saben un comino de Dios,
los de los tantos síndromes,
los doctores, la hija de puta de tu hermana,
el jodido teléfono, el bellaco
pellejo de mis antiguos sueños,
el radar de mis manos por los golpes,
el poco humor que me queda entre los labios,
el libro que nunca he acabado,
la sincera vida que llama, gesticula flores
y preciosa muere,
y sobre todo,
que se vayan lejos los que sueñan trascender,
porque huérfanos carecen de mundo,
pues viven en el frágil recuerdo de los otros,
de un nadie que es cualquiera.