La palabra “íncipit” proviene del latín, significa “comienza”. Se denomina así a la frase con la que inicia cualquier texto, sin importar la naturaleza del mismo. Se aplica a la novela, cuento, ensayo, poema o incluso la letra de una canción.
¿Habrá sido Truman Capote quien dijo que no encontraba nada tan terrorífico como la hoja en blanco? Si no fue el autor de A sangre fría, sin duda hubiera estado de acuerdo con la aseveración. Muchos escritores vierten mucho de su talento en las primeras palabras de su texto, debido a que su eficacia —o la falta de la misma— podría desalentar o alentar a seguir la lectura. Si una frase está bien construida, desencadenará los sentimientos del lector y le habrá abierto sitio, a la lectura, en la memoria del público.
Dar con el enunciado perfecto puede ocupar a un experto durante una tarde completa, una semana, un mes, una estación o quizás, años. Conseguir que cualquier publicación abra con una expresión de esas características, le da más oportunidades al texto de sobrevivir a la apatía.
Hay íncipits que han intrigado al lector: «Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto», tal cual lo escribió Franz Kafka; que nos han seducido, «Lolita, luz de vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía», en palabras de Vladimir Nabokov; que nos provocan «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», como nos contó Gabriel García Márquez; a veces, incluso los más simples se convierten en legado de todo un idioma, «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».
La cultura popular ha echado raíces incluso en los más refinados gustos de consumidores, podemos acusar a su esencia inmediata, su facilidad para ser digerida o a un práctico lenguaje narrativo; pese a todo, los patrones culturales nos acompañan y con posteridad, permiten que exploremos contenidos bien nutridos en su ejecución. La lectura es un placer; ante todo el desgane de la vida corriente, los libros nos brindan una salida de la habitualidad. Cada libro es una vida distinta, una aventura y experiencias que se afianzan con las del lector. No sabes dónde te dejará un libro, es un salto de fe. El escritor nos invita a un viaje a través de sus ambiciosos desvelos. He conocido pocos trayectos como el que nos propone Stephen King, siendo un autor que se auto concibe como una forma llana de literatura, nos sorprende con un trabajo milagroso en forma de una singular saga literaria. Toda la intensidad de su argumento queda resumida en una frase, que captura la trama de ocho libros que abren con El pistolero. Una oración que es perfecta en su fruto, que acompañara a millones de lectores, durante su vida y un sinnúmero de mundos:
“El hombre de negro huía a través del desierto, y el pistolero iba en pos de él”.
En el primer párrafo, King deja caer una bomba. Ha dado con la correcta combinación de palabras, tiene presa al espectador. En 62 caracteres ya nos ha contado algo sustancial para lo que viene. El principio de la saga La torre oscura encierra una historia en sí y provoca muchas preguntas: ¿Quién es el pistolero? ¿Qué ha hecho el hombre de negro? Sí buscamos respuesta en las siguientes líneas, nos encontramos con el contexto que le dará escenario a toda esta historia:
«El desierto era inmenso, la apoteosis de todos los desiertos, y se extendía bajo el firmamento en todas direcciones (…) desprovisto de cualquier rasgo distintivo salvo por la tenue silueta brumosa (…) Desde entonces, el mundo había avanzado. El mundo se había vaciado».
No hay respuesta. La pluma de King nos coloca en una suerte de persecución, vamos detrás de un hombre llamado Roland Deschain y su vigor por alcanzar la torre, para eso necesita hablar con un hechicero que aventaja sus pasos. Estos personajes habitan un mundo que ya no es tal, que ha dejado de existir. Donde la magia, los westerns y la ciencia ficción se contraen. Allí ya no queda nada, solo el camino que conduce a la torre, el que, a Roland, le producirá amargos sueños y muerte.
¿Porque quiere alcanzar la torre? King profundizará poco en eso durante este tomo. ¿Qué es la Torre Oscura? Una metáfora, un sitio o una alucinación desesperada por darle sentido a la existencia. La novela El pistolero nos presenta las bases de lo que irá llegando, conocemos a algunos de sus personajes y un poco de sus aspiraciones particulares, más allá de las obvias; sólo es eso. Como pieza única, separada de las novelas que integran el resto de la serie, podría parecer confusa y ambigua. En efecto, es solo un eslabón de una cadena de acontecimientos que adquieren sentido cuando se ven como un todo, por sí sola, la novela podría ni siquiera ser un prólogo de toda la saga, es apenas un íncipit. King se distingue por tomarse su tiempo; puede que se vea a sí mismo como una Big Mac literaria, pero deja freír bien la carne, tardas horas en limpiar la lechuga y no escoge sino el queso que, a su juicio, es el indicado para su receta. Pese a lo que pueda parecer, el público que lee a Stephen King es contante y no holgazanea en cuanto al tiempo que tardan en arrancar sus novelas.
El libro está dividido en cinco partes que fueron originalmente publicadas en The Magazine of Fantasy and Science Fiction entre 1978 y 1981; datan de la época universitaria de King: El pistolero, La estación de paso, El oráculo y las montañas, Los mutantes lentos, El pistolero y el hombre de negro.
La inspiración para el relato vino de un poema del siglo XIX, escrito por Robert Browning, llamado Childe Roland to the Dark Tower Came, que a su vez toma su título de una estrofa en El rey Lear, de William Shakespeare. La composición de Browning cuenta la llegada del noble Roland a la torre, así como sus alusiones a viejos amigos, que reflejan sus pérdidas y derrotas. Steve quiso transportarla la misma sensación romántica del poema a su mundo, concebido a partir de su estilo particular. La idea general es la de un hombre en búsqueda de significado, para sí mismo y su vida. La torre es un destino tangible, pero también significa un viaje emocional para Roland, donde enfrentará su deber contra su sentido de clemencia. Hay pocas cosas que Roland no esté dispuesto a hacer por concluir su camino. En El Pistolero tenemos a un vaquero entrado en batallas, cansado y diestro en el uso del revólver, no hay muchas partes donde nos podamos identificar con él, pero no deja de ser interesante y en sus ojos, «azul eléctrico», se entrevé un idilio por los antihéroes, que es cautivador.
No obstante, al desconcierto que un inexperto en King podría experimentar con este libro, hay elementos que lo vuelven disfrutable. Como las secuencias de acción, la atmósfera que recuerda al viejo oeste, árido y seco; una escenografía armada con vestigios de un pasado que asimilan aspectos a nuestro mundo: gasolineras abandonadas, aparatos vetustos, la letra de canciones que quizás nunca existieron o un chico perdido.
Es, también, una apropiación del cuento El mago de Oz; aquí Roland es un reflejo de Dorothy sobre el camino amarillo, ella va en búsqueda de ciudad esmeralda, el de una atalaya sombría. Por supuesto, Roland no parece Judy Garland y asemeja —premeditadamente— a Clint Eastwood, en lugar de zapatillas de rubí maneja un par de pistolas con culata de sándalo, ha matado más veces de las que quiere recordar. Es un forastero maldito, igual que Dorothy, atrapado en una senda que podría devolverle sentido a la existencia y sabe que solo él es capaz de recorrer las baldosas que lo conducirán a su destino.
Es indispensable leer El pistolero si se desea adentrarse a la saga, aún más si uno desea conocer la capacidad literaria de King, el primer tomo es incipiente y deja con antojo de más, lo recomiendo leer aunado al siguiente volumen: La llegada de los tres, así podría hacer a la historia una porción bien integrada. Sin importar el caso, la torre no es un viaje del que el lector pueda arrepentirse, no lo es para mí hasta ahora. Si empiezan, desearán saber más acerca de Roland, de sus compañeros de ruta e incluso, del temible hombre de negro. Denle tiempo, dejen que los acompañe por cuanto tiempo sea necesario. Quizás, algún día nos encontremos en la torre.
Lo mejor del libro es la frase con la que empieza y King lo sabe. A este nivel, era lo único que necesitaba: una idea potente. El mismo lo señala: «Deja que los rumores y la leyenda te precedan». En la vida real, lo más cercano a la varita de un mago, es una pluma. Por tanto, tengan cuidado con los libros que abren, porque como él nos advierte:
«las palabras podrían incluso hechizar a un hechicero».
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