Dicen que las mejores experiencias surgen cuando dos personas se unen sin haberse sabido antes:
Cuando la vi pasar anoté su placa.
Sus caderas paralizaban el tráfico.
La acera no es para ella, el asfalto le va mejor como pasarela.
Cogió la curva y la perdí de vista.
Desvío mi mirada, me esforcé en verla con detalle a distancia y seguía sorprendido.
Le di prioridad y me dejé llevar.
Pongámosle fecha, fue lo que me dije y me puse a pensar: sería otro reto más.
Sin saber quién es, de dónde viene y a qué vino por acá, ya la había apuntado en mi lista y me había asignado una tarea con ella sin antes conocerla.
Deseaba volver a verla, los días pasaban y nada de ella.
Estaba para comérsela con educación, con buenos modales y mucha atención.
Como para chuparse lo dedos y repetir el plato una y otra vez.
Observarla es sacarle brillo a mis ojos.
Calculo que sea modelo 88 y made in Venezuela. Así como ella, en mi país hay por montones.
El caribe se distingue a simple vista y el tumba’o no se lo quita nadie, pues se lleva en la sangre.
De una estatura de 1.78, de piel canela y caderas exóticas.
Una nena en peligro de extinción, un modelo único y auténtico de colección que se ha conservado en el tiempo y hoy su valor está por encima del resto.
Como dije anteriormente, deseaba volver a verla y mi deseo fue tan grande que al dirigirme hacia ella su palabra interrumpió la mía.
Era medio día y vestía con short corto, llevaba una blusa que guindaba desde sus hombros y dejaba ver el espectáculo de abdomen que tenía.
Fue el inicio de una charla de horas, de risas y de recorrido por el centro de la ciudad, importándole un comino, ella se sentía atendida por un caballero, atraída por un chico de poca sonrisa y alegre, porque se divertía como niña.
Ella empezaría con el interrogatorio.
Cada respuesta que le daba le generaba más y más curiosidad —sin saber que desde que la vi por primera vez empecé con este relato—. Al sentirme intimidado decidí tomarla de la mano, pidiéndole que me siguiera y no dejara de hacerme caso.
La senté sobre una banca, me percaté de que el cielo estuviera estrellado e iluminado. Pretendiendo tener la misma panorámica de un paraíso encontrado, le pedí que no me viera, que no perdiera de vista el cielo.
Por su cuello me guíe y al oído le pedí: imaginemos que a un autocine hemos llegado, que hemos cogido el mejor puesto y que apenas empiece a leer esto que te he escrito en secreto la función haya empezado, y que el silencio y la noche nos consuma en el ambiente indicado.
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Hacer el amor es de los momentos más íntimos y excitantes que se pueden experimentar en la vida, pues “nunca están satisfechos los cuerpos que se apetecen”.