En medio del desierto, un grupo de niños abandonados esperan la llegada de un misterioso convoy de guerra; todo mientras escuchan a un escuálido soldado sin playera tocar un mugroso teclado que salió de nosedóndediablos… Son casi 13 años desde que en la mente de muchos de nosotros creció la duda acerca de la extraña fijación de Gorillaz con la guerra y los mundos post-apocalípticos. El video hecho para “Dirty Harry” sigue siendo una alusión altamente bailable hacia los horrores de la guerra, la canción por sí sola narra una situación terrible en la que un grupo de niños literalmente necesita un arma para mantenerse a salvo.
Con una letra tan brutal como esta, lo menos que se esperaría —sobre todo de una banda como Gorillaz— es que el material visual que le acompañe sea igualmente maravilloso… y vaya que lo fue. A partir del álbum Demon Days todo en Gorillaz fue un juego de contrapuntos que combinaba beats alegres con desoladores paisajes que siempre evocaban la misma pregunta: ¿de dónde nació esta tendencia bélica?
Sin que Damon Albarn o Jamie Hewlett dijeran algo al respecto, puede que el verdadero origen de Noodle, Murdoc, 2D y Russell sean una guerrillera del futuro y un canguro mercenario. En octubre de 1988, mucho antes de que la banda diera señales de vida… Helwett junto con el escritor Alan Martin dieron vida a Tank, una guerrillera y operadora de tanques que por una broma del destino —traducida en una avería de su vehículo— se ve forzada a dejar de lado la organización en la que trabajaba para convertirse en una especie de saqueadora en medio del caos provocado por el “fin del mundo” en el año 2000.
Los trazos de Hewlett son evidentes; pues combina esa estética post-apocalíptica que junto con películas del tipo Mad Max dominaron una buena parte de la cultura popular de toda la década de los ochenta y parte de los noventa, con una notoria inclinación hacia el punk que se revela tanto en la indumentaria de sus personajes como en los diálogos que le van dando forma a una historia que, de hecho, no parece tener un principio o un fin. Los guiones de Alan Martin están hechos sin un cuidado estricto en cuanto al orden de la trama; utiliza, sí, elementos de la historieta tradicional como el collage, cut-up —un corte de trama realizado al azar para comenzar una historia totalmente distinta— o el monólogo interior. Sin embargo, el uso a gran escala de estos recursos hace del cómic un caos similar al que trata de representar.
El cómic por sí solo es una suerte de obra maestra dentro del género, la cantidad de gente que lo cataloga como un completo desastre es la misma que de Tank Girl sólo conoce la desafortunada adaptación cinematográfica que DC —en su evidente afán por abarcarlo todo— lanzó en la primavera de 1995. Basta con decir que de los 25 millones invertidos en el filme sólo lograron recuperarse cinco de ellos, para apuntar al fracaso de la cinta y el evidente rechazo que potenciales lectores sintieron hacia el libro.
Al final de cuentas, la opinión hacia la película importa realmente poco. Si consideramos que los mismos creadores la detestan, pasar de ella para ir de lleno al comic no tendría por qué implicar ninguna especie de error; al contrario, sería apartar un prejuicio que nos impide develar todos los huecos que existen con respecto a Gorillaz y esa estética post-apocalíptica que inevitablemente aparece a los largo de su discografía.