Andar por calles desconocidas buscando un lugar que te lleve a la felicidad, no suele ser cosa de todos los días. No para aquellos que dudan del destino y su juego en la vida.
En aquellos tiempos la ciudad de Lima era pequeña, estrecha y ajena. Las casas casi todas iguales, ni grandes ni ostentosas. El cielo gris de siempre observaba el andar de un joven perdido, pero con estrella.
Tenía que dejar un recado con suma urgencia y el tiempo estaba en contra. La desesperación llegó al punto que llamó a la puerta de una casa desconocida. No encontraba la dirección de su destino. Su corazón, aún incompleto, latía sin saber lo que le esperaba. Su estrella lo había dirigido a encontrar su otra mitad.
En Lima en aquella época, todos eran amigos de todos, nadie desconfiaba.
Lo invitaron a pasar.
-Estoy perdido, no encuentro la calle a la que tengo que ir – dijo el joven emocionado.
De pronto, vio cruzar a una linda chica en esa casa de Breña.
-Tome asiento Señor – dijo el dueño de casa-, nosotros lo ayudaremos a encontrar su destino.
Lo que el joven no sabía es que su destino ya estaba frente a él, la hija del amable señor estaba parada ahí: tenía puesto un vestido blanco con cinta azul y la sonrisa más linda del mundo. Las manos le empezaron a sudar, sus mejillas no podían contener más los hoyuelos de la alegría por haberla encontrado por casualidad.
Obtuvo en un día las dos cosas que más quería: que le regalaran una sonrisa infinita y su sitio en la tierra. Ya no había marcha atrás, el azar lo puso todo a su favor.
A los pocos días con el alma optimista y la mitad de su corazón bien acicalado, se dirigió a la casa de Breña donde encontró a la dulce muchachita que le regaló esa sonrisa que no podía sacar de su memoria.
Tocó la puerta ilusionado y armándose de valor. Lo recibieron tan bien como la primera vez, lo invitaron a tomar asiento y un vaso de agua. Miraba a todos lados, ¿en qué momento aparecía esa joven que llevaba en su mente por días?
De pronto apareció la hermana mayor, una mujer de ensueño con curvas peligrosas; pero no era ella. Después desfiló la segunda hermana, se parecía de lejos pero no era. No tenía el ángel de esa joven de rulos enloquecedores y ojos profundos que vio aquel día.
Ambas se sentaron a hacerle compañía al invitado. Las dos distantes, calladas, como si estuvieran vacías. Una de ellas sacó un cigarro y lo prendió. El poco oxígeno que tenía el joven enamorado por la espera, se acorto un poquito más, por culpa del humo y su agitación.
Luego de varios minutos de espera apareció con esa sonrisa pintada en sus delgados labios, tal como la recordaba.
Se hizo paso entre el humo y las miradas y se sentó junto a las otras jóvenes. Su corazón ya estaba completo, listo para latir y sentir como lo hace hasta ahora.
Hablaron mucho y de muy poco, no podían contener las risas nerviosas y el cruce miradas que decían más que todas las palabras que pudieran utilizar; sus ojos hablaban por sí solos.
Ya era tiempo de retirarse y las aburridas hermanas no podían contener los celos.
Una a una se despidió del joven invitado. La primera le dio la mano, fría y distante como siempre se mostró. La segunda más alegre, le puso la mejilla para recibir un beso, lo cual logró. Un verdadero caballero no le hace un desplante a una dama.
El momento del primer contacto llegó, pasó saliva y suspiró. Ella puso su mejilla y él la besó. Se separaron y luego se miraron, ella sonrió. De puntitas, ella lo volvió a besar y dijo – “Te lo devuelvo, yo no me quedo con lo ajeno”.
El amor despierta aspectos de nuestra personalidad que desconocemos, por eso el poema Quiero enamorarme de un loco valiente es ideal si quieres expresar los deseos por ese alguien especial, sabiendo que Quien sabe esperar, espera con el alma y es recompensado.
