Desde la ventana puedo ver las estrellas que caminan sobre nuestras cabezas, hay miles de constelaciones brillando con fulgor, nos deslizamos a través de lo desconocido, te miro y pienso: ¡Qué bello es estar vivos!
Nuestra nave sigue su camino, deslizándose entre mares de color plata, tengo miedo. Pero vos existís y yo también, ¿Qué nos puede pasar?
La nave se detuvo y la cabina se abrió, me levanto de mi asiento, siguiéndote, entramos por una puerta gris, no hay nadie. Todo está oscuro como en el principio, a lo lejos miro pequeños faroles que brillan como tímidas lumbreras, encendiéndose y apagándose. Espontáneamente, las paredes de la habitación se llenan de medusas fosforescentes que nacen de las sombras. Y entre las luces melancólicas puedo ver tus ojos, azules como el agua que cubre nuestros cuerpos protegidos por el cristal, sonríes a media boca, yo me rasgo un ojo, me tomas por el brazo y luego nos iluminamos como las lánguidas medusas. Mis manos sudan y mis piernas tiemblan, siento que floto sobre gelatina cósmica y al final entre lumbreras desaparecemos en la oscuridad.
Te recomendamos escuchar “Svefn-g-englar”, de Sigur Rós, mientras lees este poema.