“Nuestra cultura americana está destinada a la grandeza. La lengua inglesa, ahora tan limitada y estructurada, será reinventada y mejorada. Nuestros escritores utilizarán lo que yo denomino americanés…”
(Charles Bukowski –La Senda del Perdedor).
El muchacho se toma la confianza de abrir el refrigerador. Al fin y al cabo se encuentra en la casa de su mejor amigo. Le dice a su amigo que se puede ir a dormir, que él beberá cerveza y esperará a su madre para fornicar con ella.
Henry, Hank, como le llaman sus amigos, de apellido Chinaski. Tiene 18 años. Las erupciones y el acné adolescente lo marcarán de por vida. Para contrarrestarlos se somete cada tercer día a un torturante tratamiento en el que se le perforan uno a uno los granos con una jeringa para extraerle la grasa corporal; luego, con rayos ultravioleta, aceleran la cicatrización. Pero todo es inútil, nada frenará el avance implacable de las espinillas en su organismo. No tardará en graduarse del bachillerato. Tampoco sabe qué estudiará, la única opción que le desagrada menos, entre todas las carreras universitarias que se ofertan en la escuela pública, es el periodismo, el que de cualquier manera jamás ejercerá.
Las marcas en su rostro, espalda y pecho le impiden sentirse un chico normal, de hecho, aunque no tuviese cicatrices, se concebiría de cualquier modo como un monstruo. Le cuesta sobremanera acercarse a las mujeres, y en general a cualquier ser humano, y la enfermedad de su piel no ayuda. Lo trágico es lo mucho que le encantan las chicas y todo lo que las desea. Luego están las peleas callejeras, los partidos de béisbol que a menudo terminan en peleas y las tardes bebiendo cerveza y hablando sobre obscenidades con sus amigos.
También están las bibliotecas públicas: su principal escuela. Henry descubrió a los autores de lengua inglesa y se embebe con ellos como con un brebaje fabricado con las raíces anglosajonas más profundas y suculentas que comparte con todos ellos: Hemingway, Wolf, Miller, Joyce, Fitzgerald, Capote, Fante, London, Conrad, Faulkner, Melville. La literatura constituirá desde entonces su principal escape y su terapia fundamental, junto con el alcohol.
La dueña de la casa no tardará en llegar: “¿Quién diablos eres tú…? Lo increpa ella, entre molesta y sorprendida. Es hermosa, tiene más de cincuenta años, es rubia y su cuerpo aún es torneado y atractivo. La madre de su mejor amigo. Henry, envalentonado con el trío de cervezas que ya lleva encima y que hurtó de su heladera, le lanzará sus proposiciones sexuales, bastante directas. La dama está un poco ebria también, se sienta sobre un reclinable de su sala, accediendo poco a poco a las intenciones de Chinaski.
Al abrir sus blancas y bellas piernas, Henry descubrirá que no lleva ropa interior, apreciando la carnosa e incitante forma de su sexo dispuesto. Empero, algo paralizará de pronto sus más hondos deseos sexuales. Es virgen, esta es la más grande y fascinante oportunidad que jamás se le ha ofrecido para dejar de serlo. Pero no puede. Detrás de este muchacho agresivo y envalentonado se encuentra el jovencito tímido, maltratado, obligado a endurecerse con cada brutal golpiza de su padre en el baño, con cada agresión por parte de sus compañeros de colegio y de barrio desde que era un crío. Y ahora se muere de miedo.
Henry saldrá huyendo, lamentándose el perder una oportunidad sexual dorada.
En Henry Chinaski y en La Senda del Perdedor, Charles Bukowski plasmará su biografía más sentida, Hank o Henry es su alter ego.
Parece que Bukowski escuchó, al igual que Henry, a su maestra de literatura, en la universidad, en algún curso perdido, anunciándoles a los muchachos que los escritores en esa lengua estaban destinados a revolucionar el idioma, la literatura, los libros y la cultura americana para siempre. Henry pasará por la universidad sin pena ni gloria, casi sin asistir a clases, igual que Bukowski. Bebiendo alcohol barato y cerveza con otros outsiders, filósofos autodidactas y anarquistas. Tendidos en los jardines, recostados y tiritando bajo las calles o en cualquier esquina. Pero estaría, al igual que todos aquellos genios de la lengua inglesa, junto con quienes se evadía en la biblioteca pública de su cruel realidad de estudiante de origen obrero, a perseguir y realizar la profecía de su maestra: revolucionar la lengua y la literatura inglesas.
Y Bukowski llegaría a ser uno de los escritores más leídos, imitados y socorridos por jóvenes generaciones posteriores a la suya. En el ámbito de la literatura, Bukowski nos recuerda indudablemente a Neil Young en el de la música, cuyo estilo ha sido uno de los más imitados y emulados por subsecuentes generaciones de rockeros. Young cuenta que una mañana recibió una llamada por teléfono de su padre, quien le felicitaba por haber grabado aquella hermosa melodía llamada A Horse With No Name. -La que cualquiera sabe que pertenece en realidad a la banda America, y que ésta la tomó “prestada sin permiso”, con el estilo acústico y rítmico de Neil Young-.
Al igual que todos quieren ser Neil Young, pensamos, todos quieren ser Charles Bukowski.
El día de su graduación, Hank se encontrará de nuevo con ella: la rubia quincuagenaria y hermosa, madre de su coetáneo. Se mirarán de reojo, primero desde la distancia. Henry camina en compañía de sus padres, algo resignado. Hace algunos años que su padre no le proporciona ninguna golpiza, pues Chinaski ya es un fuerte hombretón que podría someterlo y noquearlo con un solo golpe. No tardarán sus padres en echarlo a la calle al descubrir que quiere ser escritor y que ya trabaja en sus primeros relatos y poemas.
Ella se le acerca en silencio, luce bellísima, camina en compañía de su amigo: Jimmy. Lo besará tiernamente en la mejilla y lo felicitará por haberse graduado.