Este poema nos muestra que la vida y el mar, la memoria y la esperanza van de mano…
Todos somos extranjeros, llegamos arrastrando harapos de las fauces del mar, intentando no perder de vista esa orilla lejana que titila a lo lejos, esa orilla a la que le brilla la arena por el efecto de las luces y las sombras de las palmeras.
Somos todos extranjeros, nadamos intentado no abrir la boca cuando las olas nos golpean la cara, buscamos el aire que parece venir en granos de sal y alargamos el cuello manteniendo la mirada fija.
Intentamos no entrar en pánico cuando vemos la promesa de tierra firme, incluso cuando sentimos rondar a los depredadores entre las piernas. Nadamos a toda prisa y extendemos una plegaria al cielo para que la marea no nos engulla en la última brazada.
“Déjame ir, Neptuno”, gritamos sin voz, “déjame salir de este nido de espuma que es tu reino y prometo no herir a nadie nunca más. Seré digno del corazón que late en este cuerpo, que es lo único que no se han comido los peces”.
Llegamos descargando un sinfín de huesos cubiertos de carne rosa, quemada y mordida, parece que no hay fuerza suficiente en la médula para ponerte a salvo del rugido del mar a tu espalda.
Somos náufragos buscando refugio, y en nuestra cabeza se escucha el llanto de todos aquellos que antes de nosotros murieron en el camino. De los que sufren y se lamentan sin buscar ayuda.
Somos. Soy. Eres. Es.
Duele igual.
Nada duele más que saber que el sol, ese astro que hace explotar la fruta madura en los árboles, también puede cegarte y matarte de sed.
Entonces, ¿a qué orilla has llegado a parar, alma mía? ¿A quién vas a pedir cobijo cuando tus fuerzas se agoten y tengas que entregar tu dignidad a la suerte?
Después de sobrevivir a la compañía de los tiburones que te miraban sin descanso a través de esos ojitos negros y fríos, después de llorar tu poca agua al mar, después de prometerte una oportunidad mejor; cuando por fin estás listo para ofrecer unos huesos limpios, ¿a qué orilla vas a rendir tu confianza?
Todos somos náufragos y todos somos orillas… a veces se nos olvida qué se siente estar con el agua en el cuello y, por desgracia, nos acostumbramos a dormir bajo un suelo que no se mueve.
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La nostalgia nos lleva por sitios insospechados en nuestro interior, nos recuerda los momentos melancólicos que —a veces— nos ahogan; te compartimos 4 poemas para saber que somos presos de la memoria.
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Las fotografías que ilustran el texto pertenecen a la artista Sanja Marušić; conoce más sobre su trabajo en su página oficial.