Un día tu espalda se convirtió en la tela donde pintaba grandes girasoles,
tus manos el puente para sentir el cielo y tu voz la llave para crear unicornios de las nubes.
Y cuando miraba el cielo, veía dragones, globos y hasta bombones,
pero cuando te invité a mirarlos, tú no querías, tú no podías.
De pronto pasó que fui perdiendo la magia que veía en tus ojos,
tu espalda se convirtió en piedra, tus manos en cadenas.
De pronto pasó que un día estaba frente a tus ojos, pero yo ya no me veía en ellos,
porque cuando cerré la puerta gris, también cerré la cajita izquierda del pecho,
y en la última letra de la última nota estaba inmerso el fin de la historia.
Y cuando volviste a preguntar, ¿qué había pasado?,
ya no tenía respuestas, ya fueron inválidas las preguntas,
y aunque me enseñaste tus estrellas, yo intenté regalarte todo el universo.
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Los amores que están hechos para perdurar en el tiempo soportan cualquier cosa: “Somos la prueba de que el amor verdadero sobrevive a cualquier distancia”.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Jenny Woods.
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