Fue casual, cruzaron mirada en aquel bar. Los dos sabían lo que querían: aventura, pasión y olvido.
Algo sencillo, sin problemas, sin futuro. Una noche de entrega desconocida explorando los caminos de alguien extraño. Tomaron una copa, cada uno en su mesa sin quitar la mirada del otro, sus ojos fueron el única arma para consumar el encuentro.
A él lo sedujo su figura esbelta con curvas bien torneadas. Recorrió su cuerpo de pies a cabeza con una mirada. No perdió detalle, desde los ojos deslumbrantes y tiernos hasta sus piernas bien cuidadas. Ella no dejó de observar sus brazos, se imaginaba estar entre ellos, ser estrujada y recorrida por sus manos.
El deseo no se detuvo, al terminar la copa se levantaron y salieron del bar juntos, fue natural, como si se conocieran, él la tomó de la mano y fueron al lugar donde se desataría la pasión.
Entre cuatro paredes se dejaron llevar, se recorrieron, se conocieron. Él comenzó acercándose a ella tierna y lentamente: la tomó y la beso, pasando de sus hombros a su cintura sin detenerse, profundizó el beso mientras ella ponía las manos en su pecho recorriéndolo y llegando a sus brazos, dirigió su camino y lo detuvo cuando sus manos llegaron a sus glúteos. El los estrujó, los exploró, los conoció.
El placer explotaba en ella, su respiración se aceleró mientras él pasaba de su boca a sus senos sin dar tregua, los estudió sobre la ropa, los hizo suyos. La mujer comenzó a quitarle la camisa, moría por conocer piel a piel sus brazos, la dejó caer y dejó que su lengua los explorara mientras él la despojaba del vestido rojo que llevaba puesto, descubrió que debajo sólo habían unas diminutas bragas que cubrían un poco su monte de Venus, y que se humedecían al contacto con sus manos; su cuerpo temblaba y sus ojos ardían en deseo.
Continuó conociendo la totalidad de la tersa piel de aquella mujer saboreando el momento, disfrutando del placer. La tenía de frente y lo único que quería era hacerla suya, estar dentro de ella, escucharla gemir. Ella también lo quería dentro, despojándola de cualquier pensamiento o situación, quería ser de él y olvidar, dejarse llevar, disfrutar.
Terminaron de desnudarse y se dirigieron a la cama, la recostó suavemente y acarició sus partes más íntimas antes de unirse a ella. Su boca se llenó de su aroma, saboreó cada rincón, probó la miel que surgía del goce de aquella mujer desconocida.
Se preparó, se colocó encima de ella y la miró a los ojos mientras se iba hundiendo poco a poco, uniendo sus cuerpos, haciendo que el placer explotara. La escuchaba gemir, la sentía estremecerse. Ella no encontraba la manera de expresar el gozo que sentía.
Así pasaron horas, disfrutando uno del otro, conociéndose, explorando. El amanecer los tomó por sorpresa y al sentirse descubiertos por la luz del día no les quedó más remedio que detenerse.
Después de haber saciado su cuerpo terminaron y cada uno tomó un rumbo distinto, no miraron atrás. Sólo se llevaron el recuerdo y las sensaciones de una noche inolvidable.
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El erotismo y escuchar los gemidos inundando la habitación son sensaciones que los cuerpos disfrutan, que las células expanden y los sentidos agradecen.