Me encontraba en el bar de novedad, La nostalgia olvidada, me disponía a beber un café turco. El bar era famoso por esa bebida, después se volvió más conocido por la visita frecuente que hacían las chicas de diversos barrios y estilos; desfilaban con “holgura” y cadencia una y otra vez, eran la sensación, como pasa en todo sitio donde se para una belleza femenina. Exceptuando al café y las mujeres, lo demás no está para recomendar: pasteles y tartas aceptables, baños no tan sucios, servicio regular.
Allí estaba yo, con mis achaques y aullidos silenciosos viendo correr el tiempo, mirando mis manos, meditando.
En una mesa contigua me llamó la atención un tipo de piel morena cobriza, cabellos largos y negros, cuerpo regular, cara redonda, semblante ligero. Sus ojos reflejaban una inmensidad de algo indescriptible que me provocó un poco de sosiego, calma.
Un ligero aire apacible aspiré en el ambiente. Observé mi café: negro, amargo y oscuro, como yo.
Estaba atrapado en mis aciagas pasiones de un hombre solitario, cargando a cuestas proyectos inconclusos, fastidios tragados, amores negados, recuerdos espinosos, cansancio en el respiro cotidiano y ciertos desvelos marcados en este ciclo.
Al cabo de unos minutos me sentí relajado, los pensamientos por un momento se escondieron entre la bruma de la duda. Volví a contemplar al tipo. Estaba acompañado por dos mujeres de infarto: cabellos rizados con bucles naturales, curvas imponentes y vastas, cinturas esbeltas sin llegar a la anorexia, escotes de mírame y enloquece, rasgos cautivos, frescos… en fin, un deleite a la vista, imagínate al tacto.
Al percatarse de mi vigilia, el hombre me lanzó una sonrisa y elevó su taza en señal de empatía. Yo hice lo propio y correspondí el gesto alzando mi bebida turca.
Me sentí poderoso, resuelto. Ignoro si fue por coincidencia o soledad, pero aquel tipo me inspiró confianza.
Ni en las borracheras memorables o las fiestas más densas me sentí tan relajado. De pronto, el mesero me estiró un papel doblado.
A mí nunca me llegan más papeles que las cuentas por pagar, facturas vencidas, avisos de desalojo por falta de liquidez, nada más.
Leí lo escrito en aquella nota: “Acompáñanos”.
Supuse que ese recado me lo había enviado el tipo que describo, ¿quién más si no?
Me quedé expectante y dubitativo. Tú sabes, cuando has sido marginado a lo largo de tu vida, una nota simple es sospechosa. Jalé aire, me levanté de la mesa con sutileza en dirección a mi prejuicio. Antes de llegar, el hombre de ojos negros se paró de su asiento y me saludó con efusiva elocuencia:
-Te estamos esperando – dijo
-Pero nunca nos hemos visto- repliqué
-¿Es que necesitamos conocernos?- contestó con parsimonia plena.
Antes de que yo emitiera chillido alguno, se apresó del momento dirigiendo la atención a sus acompañantes.
-Te presento a Valeria y Samantha.
– ¡Hola!- me dijeron
– Hola- respondí
Nos adentramos en nuestras existencias. Valeria baila en un colectivo de danza contemporánea, Samantha litiga en un despacho privado, sus ojos lucen alegres, con brillo decente. El tipo que me introdujo a ellas se hace llamar “Huitzi” cuyo significado es colibrí. De origen zapoteca, proviene de un pueblo denominado Ben Zaa, que en español quiere decir “gente de las nubes”. Valeria comentó que él era uno de los mejores chamanes que conocía. De pronto, en un pestañeo, caí en cuenta de que habían llegado otras personas en torno a nuestra mesa. Huitzi departía a sus anchas.
Irradiaba un optimismo mesurado y rústico.
Encontrar personas con problemas es fácil, mundos contenidos en cada ente que cargan demonios, fantasmas, fobias, manías. Hombres y mujeres que deambulan por las avenidas con sus carencias, sueños truncados, anhelos de fantasía, inmersos en sus preocupaciones ignoran las cosas simples, las que aún no cuestan: una puesta de Sol, el cariño incorruptible de un perro, la sonrisa sin jiribilla de un niño, la fidelidad materna aún si su hijo es un desgraciado hijodeputa, el latido de un músculo que no cesa hasta que expira, aún si la bestia que lo lleva le maltrata. Todo eso abunda sin empacho en esta aldea cada vez más necia y repulsiva.
Toparse con personas sin grilletes no se ve todos los días. Este chamán al menos parecía verdadero, sincero.
Los detalles que conforman una vida, aún si es inoportuna, los relegamos al fondo de la nada. Allí los sepultamos sin reserva. En mi caso he permanecido atrapado en el ayer y el mañana, con un presente ignorado que he arrastrado por las calles cada vez más angostas, vacías, desiertas, carentes de esperanza. No he claudicado del todo.
Exhalo aire denso que me empaña el alma. A veces presiento que mi suerte está echada. Esas y otras conjeturas reflexionaba mientras resonaban los murmuros del chamán acompañado.
Aprecié el encuentro. Las risas espontáneas estimularon este espíritu resquebrajado. Aquel hombre de piel cobriza parecía auténtico, con desparpajo absoluto. Tal vez uno elige su condena o fortuna. Quizá el destino te juegue una mala pasada. La vida podrá ser trágica o inoportuna, como te contaba. Sin embargo, si se tiene hay que recorrerla, sufrirla, gozarla, aceptando a los demonios, conscientes de que estarán allí hasta el final de todo.
Valeria se negó a darme su número telefónico. Acudo con regularidad al mismo bar, el café sigue estando negro y amargo, me voy haciendo más viejo, las facturas me persiguen sin tregua pero, por alguna razón, encuentro menos dureza en cada experiencia. He abrazado a los monstruos. Adopté a un compañero callejero; es un perro fiel que no deja de menear la cola cada vez que le tiro un hueso o caricia. Al chamán no le vi más. Subsisto con ligereza expansiva. El café turco sigue siendo bueno, las mujeres continúan desfilando, el ciclo se renueva a cada tanto. La libertad existe.