Nunca supe cuándo termina lo mío, lo tuyo, lo nuestro

La soledad puede ser el camino más directo a la locura. Sentirnos abandonados, juzgados, estar solos con nuestros pensamientos nos puede llevar a un mundo en el que es difícil distinguir lo que es real y lo que no. El siguiente texto de Fernanda González es un juego en el que las fantasías del protagonista

Nunca supe cuándo termina lo mío

La soledad puede ser el camino más directo a la locura. Sentirnos abandonados, juzgados, estar solos con nuestros pensamientos nos puede llevar a un mundo en el que es difícil distinguir lo que es real y lo que no. El siguiente texto de Fernanda González es un juego en el que las fantasías del protagonista se desdibujan y se desbordan.

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UN JUEGO SIN LUZ Y CON SOMBRA

 

Abrir es sufrir. Esa rima fue escrita por mí y para mí. Puede que también haya sido compuesta para alguien más, pero al compartirla vendría acompañada de un verbo el cual evito conjugar. La desgracia siempre llega cuando jugamos con los sujetos de las oraciones; se desconoce de quién se habla, y cuándo termina lo mío, lo tuyo, lo nuestro.

 

Lo mejor sería estar en párrafos separados, donde un punto no roce con el otro. Sería mejor así, que corramos sin saber que estamos conectados por una idea; quimera de cuentos para evitar las buenas noches, que te hace prender una vela donde hay luz.

 

Existe una tortura, una vela distinta, con juicio diferente al mío que le hace sombra a mi idea. Una llama que no se apaga porque mantengo cerrada la ventana. Tengo miedo de que la tentación de apagar la vela me haga abrirla un día, y que el viento enmudezca al aire y no consiga apagar la llama. Es más, que se extienda y encienda a mi alrededor un deseo que debería permanecer como lo que es: un delirio. Y como un demente atizará mi alma, mi discernimiento, mis ideas. Terminará con todo lo que he conocido para él mismo crear una vida nueva. Utilizará las cenizas de lo que quedó de mi racionalidad para construir castillos y así justificar que en ellos existe algo de verdad. Y yo creeré que ahí podré iniciar de nuevo, con la ventana abierta.

 

¿Y todo esto para qué? Para que llegue el día en que el aire sea crudo y acabe sin piedad con todo lo que él mismo trajo; para que el frío me muestre lo que en realidad es el calor: una distracción a la sobrevivencia. No. Mejor colocar la vela con la idea distinta debajo de la mesa y así evitar la necesidad de abrir la ventana.

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