Historias para leer en la noche del diablo, presenta:
Para quienes sientan que salieron de un episodio de Twilight Zone,
o que sueñen con haberlo hecho.
Estaba acostado con la computadora portátil sobre el regazo, las luces apagadas y la atención puesta en la pantalla, entrecerraba los ojos a momentos, quería vencer el sueño con un programa de televisión esa noche de vísperas de otoño; se decidió por un clásico: “La dimensión desconocida”.
Nunca había encontrado placer en las historias tan imaginativas y esta vez parecía no ser la excepción; el concepto se le antojaba infantil, los efectos rancios, las tramas vulgares. La serie era un ejemplo recurrente cuando se hablaba de propuestas televisivas trascendentes, pero él no hallaba sentido en esas afirmaciones, como una pieza completa, lo tachó de podrido. Decepcionado, cerró la pantalla, colocó el computador sobre la mesa de noche y se levantó de la cama; con los pies en la alfombra, estiró sus brazos y dejó salir un enorme bostezo. Tenía sed e intenciones de dirigirse a la cocina por un vaso de agua, planeando ya a su regreso dedicarle tiempo a un reality show, probablemente le resultaría llevadero.
Tomó el picaporte y haló la puerta.
Al cruzar debajo del marco, se encontró no con el paisaje familiar de su casa, sino un pasillo con asientos dispuestos a los costados, en dos columnas formadas por hileras de tres. Miró extrañado, ¿se podría tratar de un sueño? pensó. Escuchó el movimiento del acceso y la puerta azotándose. Se volteó, pero encontró una pared metálica que se elevaba por encima de su cabeza, ya no había picaporte, en su lugar una manija que, al tocarla, sintió helada.
—¿Qué… qué mierda sucede? —se dijo.
Intentó abrir pero estaba imposibilitado, descalzo y en pijama; encerrado en un cilindro enorme, de hierro. Se trataba de un convoy de pasajeros, un avión tan común como cualquiera que hubiese abordado en su vida, excepto por un detalle, la nave parecía estar vacía.
Caminó despacio, asomándose entre las líneas de butacas. Escuchó una voz sin poder distinguir su origen: “Al igual que el crepúsculo que existe entre la luz y la sombra, hay en la mente una zona desconocida…”, quedó pasmado, con la mirada perdida, “… en la cual todo es posible; podría llamársele, la dimensión de la imaginación…”, supuso que la serie había tenido en él un efecto mucho más significativo que el que había pensado “… una dimensión desconocida donde nacen sucesos y cosas extraordinarias como lo que ahora vamos a ver…”
Se repetía que aquello era increíble, debía estar en su casa, sólo, con la puerta cerrada; pero si se tratase de una alucinación, era sorprendentemente nítida. “¿Que no es posible?”, se quiso convencer de que era una broma, “… todo es posible en el reinado de la mente, todo es posible en la Dimensión Desconocida”.
La voz en off hizo una pausa en su discurso. “Tenemos a un hombre iluso…” continuó, “… desconectado de la fantasía, con una vida ordinaria”. La víctima se quedó quieta, buscando respuestas en el aire.
—¿Quién habla? —preguntó, dirigiéndose a la nada.
“Está a punto de cambiar, se ha adentrado a un universo inexplorado, hacía un destino por descubrir…”, declamó el ser invisible.
—Es alguna bocina, ¿cierto? —especuló.
“Pronto encontrará un sitió alejado de las leyes de la física, la cordura o la lógica”. La narración seguía; se sentía aterrado, el desconcierto lo había absorbido.
—¿Estaré drogado? —apresuraba explicaciones.
“Aparecer, sin motivo, en un avión que vuela a través de la noche era el primero de sus problemas”, expuso la voz.
—¿Podrías decirme quién eres? —el hombre intentaba sonar demandante.
“Mi nombre es Rod Serling, muchacho”, aclaró el narrador, “soy creador y guionista de la Dimensión Desconocida; también, para ti, anfitrión de esta noche.”
—¿Qué está sucediendo? —intentaba evaluar lo que acababa de oír, pero no tenía sentido.
“¡Dar un espectáculo! ¡Entretener al público, tonto! Aquí es donde entras tú, serás la presa de esta velada, así que sólo espera…” por un momento se hizo silencio.
El hombre miró alrededor, tenso; una pequeña silueta se asomó desde el frente del bloque, era una niña de coletas, con un vestido rosa con encaje blanco, sostenía una muñeca de porcelana con la nariz quebrada y las mejillas rojizas.
—Hay alguien afuera —dijo la pequeña.
Él se acercó titubeante a la chiquilla, la inspeccionó rápidamente; estaba sentada, abrazando su juguete, asustada.
—En la ventana —indicó la niña.
El hombre asomó su cara por la escotilla, entrecerró los ojos buscando respuesta pero no encontró nada, hasta que una bestia cubierta de pelo llenó su campo de visión a través del cristal, sus labios, pómulos y párpados estaban hinchados. El protagonista, ahora consciente de que eso era, se replegó cuanto pudo, evitando caer sobre la niña; respiraba aprisa.
—Hay que alejarnos de eso —advirtió —dame la mano.
Extendió el brazo hasta tomar los dedos de su compañera y, al hacerlo, sintió en lugar de la mano pequeña que esperaba, una serie de garras, húmedas, ásperas; la niña se había convertido en una clase de gnomo con sonrisa alargada, mostrando sus cientos de dientes en forma de agujas, con las orejas extendidas como un par de antenas, los ojos amarillos y la piel grisácea. La criatura se arrojó hacía su pecho, intentó rasguñarlo; el hombre peleó contra ella en el piso y la arrojó con una patada a la penumbra del lado opuesto de la cabina, el ser se ocultó entre las sombras.
Él recobró el aliento, agarró su cabeza y se pasó los dedos por el cabello queriendo recobrar la razón.
—Debo estar imaginándolo, por favor, dios mío—susurró.
—¿Dios? —la muñeca abandonada en el asiento habló —Dios no tiene nada que ver en esto.
El hombre se puso de pie y corrió de vuelta a la puerta, siguió intentando abrir, pasos ajenos resonaron en la nave.
—¿Podría ayudarte? —giró para ver al ser alargado, que lo había llamado. Vestido de blanco, tenía que encorvarse para poder caber en el pasillo del avión, con rasgos faciales muy expresivos, de frente enorme y cráneo desproporcionado; tenía sombras muy visibles alrededor de sus ojos, el mentón cubierto por barba y no movía la boca aunque se podía escuchar su voz.
—Disculpara, usted, mi método para comunicarme es mental, por lo que sólo puede oírme dentro de su mente —El gigante se acercó a él.
—Por favor, retroceda —rogó.
—Tranquilo, soy un kanamita, de un planeta lejano, he venido desde un lugar en la profundidad del espacio. Le aseguro que mis intenciones, y las de mi raza, son desinteresadas, sólo hemos viajado para… servirles.
—¡Abran!— el humano ignoró las súplicas, se volvió a aporrear la puerta de la cabina mientras gritaba —¡Por favor, abran!
—Confía en mí —insistió el gigante —No te atemorices, tú y el resto de los hombres son de vital importancia para mi especie —afirmó mientras ponía su atención en la piel del hombre, tersa, limpia… apetecible. El gigante dejó caer la mordida repentinamente; el lesionado se defendió, se retorció, arrojó golpes y pataleó. Encontró la fuerza suficiente para desprenderse de las fauces y al desplomarse de espaldas, se abrió la puerta para encontrarse dentro de la cabina, tumbado detrás de los controles; aún motivado por la adrenalina, dobló las piernas y cerró la puerta de una patada.
—¿Lo estas disfrutando? —cuestionó alguien desde el asiento del piloto; la cabina era un sitio de luces parpadeantes, con un vidrio que hacía posible ver hacía el cielo nocturno, plagado de nubes. El piloto parecía ser un hombre normal, pero carecía de colores; su rostro, su traje, zapatos y cabello, estaban compuestos por diferentes tonos de gris, como si se tratase de una imagen de televisión en blanco y negro. —Dime, chico, ¿te ha parecido aburrido? Supongo que ya no ahora que lo vives en primera persona.
—Tú me trajiste aquí… me secuestraste —acusó el hombre, reconociendo por fin la voz como la misma que había empezado a narrar su historia —tú eres Rod Serling.
—Vaya que sí y tú eres el protagonista del episodio.
La presión en el avión cambió, la nave caía en picada.
—¡Nos estrellaremos! ¿No te das cuenta?
—Te equivocas, muchacho, vamos hacia lo desconocido… —Rod Serling soltó el volante y el protagonista lo agarró del cuello de su camisa para sacudirlo —¡Ey! Si quieres discutirlo en esos términos es mejor que sea con mi copiloto.
Con un gruñido hizo aparición en el otro asiento en la cabina, la bestia que momentos antes se encontraba sobre el ala del avión, el animal atacó con mordeduras y rasguños que el hombre no podía detener, y menos mientras la aeronave se precipitaba contra tierra firme. La cabina se llenó de gritos y movimientos tan violentos que el hombre cayó de la cama, se golpeó con el suelo de la alfombra de la recamara y despertó; estaba en su cuarto, dentro del departamento.
Se sintió aliviado pero todavía tembloroso debido a los nervios, cubierto en sudor; la computadora estaba puesta encima del buró, los cobertores desordenados. Quería, desesperadamente, un vaso de agua, se puso de píe, pero al abrir la puerta vio su reflejo, gigantesco y sentado en la cama, como si mirara la pantalla de la laptop. De pronto advirtió sus alrededores, ahora formados por luz, detrás de un enorme telón cristalino; su otro yo hizo un movimiento en dirección a él, estaba por cerrar el monitor.
—¡No! estoy aquí. ¿No me ves? ¿Por qué no me ves? —bramó desesperado, se puso de rodillas y empezó a chocar los nudillos contra el suelo.
Estaba por quedar ocultó en las tinieblas cuando oyó por última vez a la voz en off de Rod Serling: “Un joven sin imaginación ha quedado inmerso en un universo donde los sueños sobran; ya no es humano, se ha convertido en una grabación de antaño, de un programa que nunca volverá a ver, escondido en los eones de la historia de la televisión y la memoria de las generaciones que este aparato ha formado. El joven es ahora una leyenda y está a punto de dejar de existir. ¿Qué no es posible? Todo es posible…” ratificó a la vez que el mundo desaparecía, tal vez para siempre, “…en la dimensión desconocida”.
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