Te busqué en el cine, luego en la feria; en la casa de muñecas me dijeron que te habías marchado con tu sombra. Regresé… Al abrir la puerta intuí la pesadez sensata de un espacio sin alma; decidí tirarme al suelo (cual incendio) para ver si podía librarme del miedo a las alturas, del vértigo hitchcockeano, de la imagen deformada por el tiempo, de la amarga compañía a quien llamo memoria.
“Hay algo siniestro en las ventanas; aves que se quiebran el cuello al tratar de entrar en tu morada”.
Cerré las cortinas… allí, en la gruta, conocí al ojo que se arrastra, parecía un lunar, quizás una verruga, pero al observar armoniosamente la cara, me sentí vulnerable.
“Vive la vida con el brío de un torrente que desciende y encalla en la memoria, sigue descendiendo hasta que tus ojos no tengan poder alguno sobre la imaginación”.
Despertó sintiéndose pelón, corrió hasta la puerta, abrió y miró las macetas, tenían cara, y a cara me refiero a sonrisa. En ese vivaz momento supo que la broma tenía sentido.