Estas letras cargas del tiempo y de dolor nos las comparte Antonio Mussó; continúa leyendo…
En correcto silencio observo mi cadavérico cuerpo,
Nefasto y seco,
En marrón y verde,
Sin cicatrices ni heridas recientes,
Sin marcas de guerras ni de acuerdos de paz.
Un soldado de aire,
Sin uniforme ni armamento.
Decaído y rendido,
Me estremezco con cada uno de los segundos que consigo robar del reloj.
Me permitiría tirar del gatillo,
Directo al centro de mi boca
Para poder así, arrebatarle la última bocanada de aire a mi carne.
Esa tarde, tú y yo,
Fuimos al bosque,
Tú, desgraciadamente, no regresaste,
Ni yo, en su momento.
Todavía estoy pasando por el síndrome apocalíptico,
Superando el estallido que vino desde el cielo.
En ese momento me di cuenta que era el infierno el que se abre sobre nosotros.
Mis pies no tocan el suelo.
Me observo, de pies a cabeza y me sonrío, pues eso hacen los valientes.
Miro con tristeza la bandera destruida: blanca y roja.
Miro con calma la bandera vencedora: azul, blanco y rojo, y pienso con calma:
El azul bien podría representar el cielo que se cernía sobre nosotros dos esa tarde.
El blanco sería la luz que impactó nuestro cuerpo desde lejos.
Y el rojo, el rojo comprendería dos partes de aquel evento: el fuego que destruyó a los inocentes y la sangre de éstos.
En nuestro afán de vivir,
Tú y yo fuimos víctimas de injuria,
De guerra y de una bomba de paz,
Elaborada con odio, esperanza, tristeza y felicidad;
Sentimientos que nos arrebataron esa tarde,
Sentimientos que quería llegar a compartir y comparar contigo.
¿Cómo sería transformar mi odio en amor?
¿Cómo sería transformar mi esperanza en sonrisas verdaderas?
¿Cómo sería transformar mi tristeza en miradas románticas?
¿Cómo sería transformar la felicidad en dicha?
¿Cómo sería transformar la realidad en fantasía?
Desearía ver los rostros que no veo desde el 6 de agosto de 1945, y saber qué aconteció en sus vidas, o si al menos pudieron vivir.
Saber eso me arrebataría mis arrepentimientos.
¿Lo hice bien?
¿Lo hice mal?
Vivir.
Morir.
Extraño tus ojos de Daidai y tus manos de porcelana.
Quiero ir a verte, pero las raíces que reclaman su vida, se entierran sobre mi tumba.
Ahora tengo la labor de purificar el error de otros.
Al final, no nos matamos el uno al otro como lo planeamos esa tarde, aterrados por la guerra, temerosos de morir sin despedirnos.
Al final, quien cuelga del árbol, soy yo.
Al final, quien sobrevivió fui yo.
Al final, un árbol soy yo.
**
La guerra es uno de los actos más fatídicos a los que la humanidad se enfrenta, pero aún en ella, la esperanza y las buenas acciones son posibles; da click aquí para descubrir las fotografías que te lo demuestran.