Las mujeres son bellezas sobrenaturales y no me impactaría la idea de que, en un principio, el hombre tuvo que defenderse de aquellas a quienes veía superiores. Una mujer es capaz de cambiar al mundo con una sonrisa o con una caricia dulce. Eso me lleva a mi análisis, algo que hago cuando veo a las chicas y chicos en el transporte público, y me coloco por un momento en sus zapatos, tomo rienda sobre sus problemas que reflejados en el rostro siempre sollozan sobre la soledad o el amor.
Todos anhelamos una perfecta vida sin estar solos, acompañados generalmente de amigos y pareja con la que tengamos la gran capacidad de sentir ese afecto, ese amor. Sostengo esta creencia y mientras más observo, más grandezas conozco. Algo que me intriga mucho son los dulces reflejos que tiene una buena mujer al coquetear, lo hace discreta aunque notable, lo hace penosa aunque con toda la intención, lo hace sin experiencia y lo lleva tan bien por naturalidad. Eso requiere astucia e inteligencia. Indiscutiblemente, por muchas razones llegan a ser mejores que un hombre, lo digo tan seguro de mi virilidad y creo que me hace más hombre aceptar una gran verdad que tratar de evadirla, no necesito demostrarlo.
Bien.
¿A qué vendrá todo esto?
Encuentro fascinante cómo, a pesar de tal instinto intacto, aún tan vivo continúan buscando hombres patéticos con ideas tan huecas. Este restaurante, el mejor de Big-metrópolis lo dice de estos varones sus rostros, sus posturas, sus arrugas pronunciadas de la corvadura de la espalda y en el aire despiden un rancio aroma lleno de pesimismo. Ustedes deberían buscar a un hombre ideal, aquel que sus corazones desean y no por el que su deseo carnal habla, me refiero al tipo de amor que tanto declaraba Platón, su amor platónico, no el que vulgarmente la gente conoce, sino aquel que crece con nosotros, que evoluciona, con quien se apoyan y pueden hacer cualquier cosa por ese lazo especial.
Muchas noches veo a chicas abandonadas, solitarias en la mesa, llorando por un chico que jamás llegó, que jamás dijo otra cosa.
Creo que yo nunca he encontrado una chica indicada, ese amor que tanto me he empeñado por hallar en las fisuras de la Tierra hasta el más profundo sentimiento.
Sí… Eso quisiera.
Como bien te digo, me sorprende esta relación tan extraña, hermosas criaturas sufriendo por mundanos seres esparcidos en tan ridícula posición, estancados en un recuerdo retrógrada de generaciones supersticiosas y discriminantes. Insinúo que tú también buscas eso tan glorioso, pasar las noches enteras sin sueño, hablando sobre las ideas más extravagantes que vengan a tu cabeza con un desorden comprensible para la otra persona y no sentirte nunca más solo.
En este preciso momento es cuando el universo me envía un mensaje impuro, la sangre me hierve, los labios se me congelan. Veo mi mesa con todas las cosas dispuestas frente a mí y el diálogo que cortaba todo a su alrededor no había logrado nada. La chica sentada frente a mí sonreía. ¡Las mujeres cómo son!, me intrigó siempre esa relación tan extraña; hermosas criaturas con increíble potencial de gnosis.
La chica no entendió diálogo alguno, insinuación mía no llegó, me sujetó la mano, como si fuéremos sólo viejos amigos…
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Las palabras a veces no siempre alcanzan pero sí bastan: esto es todo lo que le quiero decir al futuro único amor de mi vida.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Marcella Laine.