Una gota de rocío matutino cae en mi frente, se desliza hasta mi cien y se pierde entre mis cabellos. Despierto por su frío. Me he quedado dormido en el césped. Alicia yace en mi pecho. Pecho al que ella solía llamarle: el País de las Maravillas. Aún no me levanto. Me quedo acostado por unos instantes y miro hacia el cielo. Un hermoso celeste y rosado pálido acompañan al vergonzoso sol… Podría quedarme aquí para siempre. Pero me levanto, tomo el libro y veo donde quedó abierto. Doblo la página y lo pongo bajo mi axila. Al entrar a la casa lo primero es chequear el teléfono. Billones de mensajes e infinitas llamadas perdidas. Borro todo. Me lavo las manos y pongo la tetera. Para cuando hierva ya estaré fuera de la ducha.
Mi mente está en blanco pero y tan clara como nunca antes, aunque con un toque de nostalgia.
Al salir de la ducha, dudo por unos segundos… abro la llave de agua fría, mojo mis manos y las paso por mi cabello peinándome hacia atrás. Envuelvo mi cintura con una toalla mientras elijo mi ropa: pantalones y camiseta. Algo casual pero no descuidado. Me adentro en el armario y revivo lo ocurrido con ella. Abro el cajón de cinturones y salta un moño, propiedad de ella, que aún conserva su aroma. Lo aprieto como si me diera energía, lo huelo y lo dejo ir. La tetera está sonando. Troto hacia las escaleras, estoy casi vestido y con mi camiseta en mano. Apago la tetera, me coloco la camiseta y mientras leo el periódico me sirvo el té. Mabel -mi criada- me ha dejado un pastel tan dulce como ella. Sonrío al verlo, lo tomo y me siento en el sofá. Me doy cuenta de que estoy en absoluto silencio. Y no quiero pensar. Enciendo la televisión, sólo para tener algo de ruido. Miro hacia afuera, a la piscina. Y ahí está, saliendo a la superficie. Se queda unos segundos con los ojos cerrados. Tal como cuando le hacia el amor. De pronto los abre y voltea su cabeza hacia mí. Me sonríe, y yo a ella. Sale por completo del agua y viene hacia a mí. Está casi en la puerta. Bajo mi cabeza para dejar mi pastel y té en la mesita de café. Traspaso todo el living cabizbajo, soltando el periódico y bajándome los lentes. Pero para cuando llego a la puerta de vidrio y levanto mi mirada ella se ha esfumado.
Una gota de rocío matutino cae en mi frente, se desliza hasta mi cien y se pierde entre mis cabellos. Despierto por su frío. Me he quedado dormido en el césped. Alicia yace en mi pecho; pecho al que ella solía llamar el País de las maravillas.