Michel Houellebecq fue uno de mis profetas preferidos que enclaustraba en cada narrativa y poema un encuentro demoniaco consigo mismo. Aún recuerdo la lectura de Ampliación del campo de batalla y de Las partículas elementales como dos estandartes que clarifican el absurdo alternante, actual y primigenio, con un destello de esperanza existencial.Con esas premisas conjugadas, me acerqué a su nueva novela. Sumisión tiene una complejidad extraña, aventurera. La historia se lleva a cabo en Francia durante el año 2022, bajo la elección presidencial de la Hermandad Musulmana. El protagonista es un profesor asqueado por su rutina cotidiana y que se encuentra influido por Joris-Karl Huysmans –escritor francés del siglo XIX-, la espiritualidad y el cambio de régimen.En Ampliación, Houellebecq escribió: “La forma novelesca no está concebida para retratar la indiferencia, ni la nada; habría que inventar una articulación más anodina, más concisa, más taciturna”. En Sumisión se desarrolla esta nueva forma de escritura en la que nos sorprende el realismo con el que sus personajes nos confrontan. Bajo el título de la novela, nos adentramos a una exploración sobre la sumisión que experimentamos en distintos ámbitos. Zizek concluyó que “todo es ideología”. Si esto es así, no existen ideas propias que podamos asumir en la originalidad de la posesión. Todo nos es impuesto, toda argumentación es incoherencia. Por eso, François –protagonista de la historia- busca incansablemente la compañía amorosa, el monasterio religioso, la conversión doctrinal.
Pero, uno de los obstáculos a los que nos enfrentamos es al aburrimiento universal, a esa sensación de indiferencia sobre nuestro entorno. Houellebecq lo describió así: “A mi entender, la idea de juventud implicaba cierto entusiasmo respecto a la vida, o tal vez cierta rebelión, todo ello acompañado de una vaga sensación de superioridad respecto a la generación a la que tendríamos que reemplazar; nunca sentí, dentro de mí, algo semejante”. Parecería que la profecía visionaria de Byung-Chul Han se ha convertido en una verdad lírica. Lo percibimos y lo contemplamos: un fastidio fatigoso que nos inunda hasta la asfixia de la otredad. Consecuentemente, viene la irreflexión, esa mansedumbre ingenua en la que imaginamos que todo es satisfactorio. Nuestra rutina es cómoda porque es nuestra. “La totalidad de los animales y una aplastante mayoría de los hombres viven sin sentir nunca la menor necesidad de justificación. Viven porque viven y eso es todo, así es como razonan; luego supongo que mueren porque mueren, y con eso, a sus ojos, acaba el análisis”. No más que eso: una superficialidad tenue en la que no involucramos la más mínima imaginación causal. Entretejemos ilusiones cautivadoras, ensoñaciones tediosas, para que al final, nos encontremos con el absurdo. Ya lo decía Pessoa: “El único modo de estar de acuerdo con la vida consiste en estar en desacuerdo con nosotros mismo. Lo absurdo es lo divino”.Lo rescatable de todo, es que Sumisión nos reintegra a un magisterio de ideas en las que el enfrentamiento es inevitable con el fin de revertir una de las conclusiones fijas de Houellebecq: “Si hubiera que resumir el estado mental contemporáneo en un palabra yo elegiría, sin dudarlo, amargura”.