Una rata de alcantarilla

El viento en la noche acosaba con niebla la plaza del Reloj de Pachuca, la humedad se veía en los rostros de los pocos que aún andaban en las calles. Una tamalera y una pareja de clientes, un indigente acurrucado en la entrada de una farmacia y tres amigas que, bebiendo cerveza y fumando un

Una rata de alcantarilla

Rata de alantarilla - una rata de alcantarilla

El viento en la noche acosaba con niebla la plaza del Reloj de Pachuca, la humedad se veía en los rostros de los pocos que aún andaban en las calles. Una tamalera y una pareja de clientes, un indigente acurrucado en la entrada de una farmacia y tres amigas que, bebiendo cerveza y fumando un porro, reían divertidas sobre una de las jardineras. Una de ellas era Martha Soto, estudiante de arte dramático, pero en aquellos días había dejado la escuela.

—Extraño el escenario —se decía melancólica.

La neblina descendió, el brillo de la luna disminuyó y las céntricas calles semejaron canales por donde el agua flotante partió. Martha se despidió y, cubriéndose el rostro del duro frío, hacia la calle de Guerrero caminó. Se siguió derecho y dos cuadras adelante, a un costado de las instalaciones de la UAEH, en Abasolo, llegó al edificio 23, donde rentaba un departamento en el tercer piso. Metió la llave y abrió la puerta pero, antes de entrar y cerrarla, escuchó un chillido. Se quedó quieta y, segundos después, volvió a escuchar el chillido. Era el chillido de una rata. La buscaba pero no la ubicaba, sólo el quejido se escuchaba.

Se quejaba, se quejaba la rata. Tenía frío y no tenía casa, y por eso chillaba; la pobre rata chillaba porque tenía frío y no tenía casa.

Martha iluminó la banqueta con su celular y lo acercó a una alcantarilla que tenía la tapa de acero desquebrajada. En su interior, como víctima de su propia camada, herida de una pata, yacía una rata negra por la mugre: ojona, gris oscura y parda. Martha recordó cuando de niña quiso tener una mascota y no se le permitió; la nostalgia la invadió y su espíritu THC desarrolló el recuerdo y sus ganas de ayudar a un animal en miseria. Esa noche se sintió con fuerza para transformar el mundo más allá de cualquier consideración formal o institucional. En ese momento se sentía inspirada, feliz e inspirada por Lo que logran las caguamas. En ese momento era capaz de hacer lo que en condiciones normales no se atrevía. No obstante, no eran condiciones normales, y entonces se preguntaba: “¿Por qué proteger a un perro de la calle y no a una rata? ¿Qué tienen los perros o los gatos que no tengan las ratas? Tal vez den asco, pero también sufren. ¿Por qué no sentir piedad por una rata? ¿Está mal? ¿No está bien? ¿Por qué está mal que quiera cuidarla?”, se preguntaba Martha mientras cargaba y acurrucaba a la rata. La cubrió dentro de su chamarra y, aunque apestaba, la metió a su casa.

Y ya no se quejaba, ya no se quejaba la rata. Ya no tenía frío porque estaba en la casa, y por eso ya no chillaba la rata.

Martha puso la rata en una caja, sobre la mesa de la sala, la cubrió con dos mantas, le acercó la comida y miró cómo ésta tragaba.

La rata, la rata, la rata.

Martha se quedó dormida mientras la acariciaba.

La rata…

Quedó dormida y jamás despertaría. Al día siguiente no amanecería, al menos no con vida. Murió y nada la despertaría. A su lado sólo estaba la caja, pero ya no estaba la rata, y Martha seguía con su mano sobre las mantas, como acariciando a la rata.

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