Texto escrito por: Ángel Eduardo Santillán Mora
Hijo de Sofronisco, dicen las leyendas que su padre recibió un consejo del oráculo: dejar crecer a su hijo a su suerte. Desde muy joven le llamó la atención a las personas que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, además de esa ironía para charlar con los más jóvenes.
De pequeña altura –no así su mente–, vientre prominente, ojos saltones y nariz respingona. Su cabellera blanca y barba abundante son motivo para prestar atención en cada momento, en fin, lo tengo frente a mí.
Atenas, es el lugar de origen de esta mente brillante, comprometida con la educación de sus alumnos; en su casa se puede observar como la tranquilidad es lo que abunda, no se escucha ningún ruido extraño. Vive solo, no hay nadie que lo moleste y en sus ratos libres reflexiona todo lo que puede, indudablemente es un genio.
Saliendo de su casa en camino a la escuela se nota reflexivo, incluso cuando llega al lugar donde imparte sus clases -de filosofía, matemáticas y literatura- y sus alumnos lo esperan ya. Los más jóvenes aprenden de mayéutica y también los preparan para el arte de la guerra.
“Mi arte, la mayéutica, tiene las mismas características generales que el arte, hace al hombre diferente”, señala el maestro.
Le pido que me explique el significado de su comentario, y se detiene para responder, nos sentamos junto a sus alumnos, quienes no se pierden una palabra de la disertación.
“La mayéutica es el arte de ayudar a procesar y el método de investigación y enseñanza; lo mejor de este arte es que es práctico y permite que el estudiante llegue a su propio conocimiento a través del diálogo”.
El ambiente se torna caluroso, al maestro Sócrates se le nota algo inquieto y es que su cuerpo le pide un poco de agua para seguir conversando, le pide a uno de sus alumnos que le traiga un vaso con agua.
“Para llegar al conocimiento debe de practicarse el bien, lo cual no es obtenido mediante sacrificios, sino con la constante ocupación de la razón”, enfatiza, “el alma humana es lo que hace al hombre no un accidente cósmico, sino una fase culminante de todo orden natural”.
Se puede ver que el maestro está muy concentrado en dar sus respuestas, se le nota pensativo; a menudo comienza la conversación alabando la sabiduría de su interlocutor y presentándose a sí mismo como un ignorante.
“El primer paso para llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro desconocimiento. Admitir la propia ignorancia”, aseguró el maestro.
Sócrates tiene una concepción del hombre y la naturaleza que contribuye a sus razonamientos inductivos y a “descubrir que la naturaleza no es un caos accidental, como habían pensado los primeros sofistas, sino más bien un sistema ordenado de factores interactuantes que en conjunto se apoyan entre sí”.
Para hablar más del tema decidimos salir del aula y nos dirigimos a un lugar donde el filósofo se siente a gusto, ese sitio era el jardín, donde normalmente el maestro sale a reflexionar; el maestro se detiene debajo de un cedro, donde le gusta sentarse.
Ambos miramos el cielo, podemos escuchar el cantar de los pájaros, parece que la Tierra quiere charlar con nosotros; sin duda este es un momento que nunca olvidaré, me dije en mi interior al estar al lado de este gran maestro.
Me despido y por último le digo que fue un gran filósofo, le agradezco que luchara por una mejor educación, a lo que me respondió lo siguiente: “La razón nos permitirá mejorar, juntos seremos un mejor universo y llevaremos al progreso a nuestro ser interno, para después unirnos y ser mejores como un mundo nuevo”.
Le doy las gracias y ambos tomamos el camino que nos lleva de vuelta a nuestras labores, observo su rostro por última vez y espero, en un mundo nuevo, volver con él algún día.
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