Como era costumbre, todo el mundo llegó tarde a la celebración de año nuevo.
Me senté en mi viejo sofá y me puse a ver las fotos de todos mis hijos. En cada foto me di cuenta de los muchos sacrificios que hice por todos y cada uno de ellos, y por su parte, no pueden llegar a tiempo a la única celebración que tenemos juntos. Yo no he educado a esta clase de hijos, yo mismo fui quien les dio el ejemplo de cómo debería ser un hombre. Ahora todos actúan como unos depravados animales sin conciencia. Todos actúan de la forma equivocada. Aprendieron todo lo que no se debía hacer.
Siempre trabajé para poder traer un poco de pan a la mesa y educarlos y ellos sólo se preocupan por las nuevas demandas de divorcio, las pensiones alimenticias de sus hijos regados y renegados, cuánto dinero les puede sobrar para embriagarse en cualquier cantina y las historias falsas que van a contar en la reunión para aparentar una vida que no tienen. Si su madre viviese para ver esto, ya habría muerto otra vez de la gran decepción.
Al cabo de unas horas llegaron todos y se sentaron a cenar. Mi hijo mayor dio un terrible e hipócrita discurso sobre la unión familiar, la importancia de permanecer juntos y las gracias que debían ser dadas a Dios por todas las desfachateces y los juicios que habían ganado contra todas esas mujeres, como si fuera digno de alabanza o verdadera victoria.
Al terminar el discurso me pidió que dedicara unas palabras a todos ellos, como era costumbre desde que eran pequeños. Me negué y dije que lo haría después de comer, pues por culpa de ellos moría de hambre y ya no podía esperar más. Eso sonó como un chiste cargado de pesadumbre y realidad.
Acabada la cena, el padre se dirigió a su estudio. En cada pisada sentía cómo el polvo de la alfombra se levantaba lentamente. Con cada acción su corazón retumbaba en sus oídos, cada latido era como un repique de la campana en la iglesia del pueblo. La arritmia de esa campana a veces coincidía con los latidos que, de vez en cuando, el corazón del viejo omitía. Tomó el pomo de la puerta y éste chilló como plañidera. Paseó su mano sobre su escritorio y sus libros. Una vieja copia de “Fausto”, “El Aleph” engordado y las historias de Conan Doyle, formaban parte de los tesoros del viejo.
Besó la fotografía de su esposa y por un segundo volvió a sentir los tersos labios, la cosquilla en la nuca y el nervio juvenil. Sabía que la vida no había sido tan mala con él, de ella no era la culpa.
De un cajón, al piso de su escritorio, tomó una bolsa de piel con sus iniciales grabadas., la guardó dentro de su abrigo y salió del estudio para dirigirse al sanitario. Antes de entrar le dedicó una mirada a sus hijos que reían mucho, mientras continuaban con el festín de medianoche. Dentro ya, el señor se enjugó la cara con delicadeza mientras repetía “Esta no es una vida digna de ser vivida aunque me haya esforzado hasta el cansancio para que fuese así. Les daré una lección”.
Llegó al comedor y se puso frente a ellos y se impuso como hacía años no lo hacía.
-Su madre jamás habría permitido que esto pasara, pero ahora tengo que tomar cartas en el asunto y tomar venganza contra mis propios hijos. Ustedes mataron a su madre y nunca se dieron cuenta de eso. Nunca se dan cuenta de nada, idiotas. Ahora yo tomaré sus vidas. Cargarán con esto todos los días de sus miserables vidas.-
Mientras el padre decía estas palabras acariciaba su salida a tanto pesar. De aquella bolsa de piel que tenía en su abrigo, desenfundó un revólver Swiss Mini Gun y lo apuntó hacia su cabeza. Al terminar de hablar tiró del gatillo y consumó su vida. Una vida digna de ser vivida.
Los cuentos y ficciones nos transportan a universos distintos y nos presentan a seres increíbles que nos roban un pedazo de alma, es por eso que te recomendamos leer estos Cuentos de amor que te abrazarán el alma.
