El género de Ciencia Ficción suele ser menospreciado dentro del mundo literario. Esto a raíz de una percepción prejuiciada sobre su valor como elemento cultural; pero sobre todo, como reflejo de la sociedad, la forma en la que comprendemos nuestra cultura y nuestras relaciones y conclusiones sobre la incertidumbre. Ursula K. Le Guin (1929-2018) lo sabía y por ese motivo pasó buena parte de su vida luchando contra el prejuicio con la mejor arma a su disposición: una maravillosa prosa y una imaginación inabarcable. La escritora estadounidense creó mundos alternos y un análisis sobre la realidad que dieron un vuelco al género. A la altura de nombres consagrados como Arthur C. Clarke, Isaac Asimov o Ray Bradbury, Le Guin logró crear universos de enorme valor social, cultural y antropológico. Para la autora, la Ciencia Ficción era algo más que óperas espaciales, aventuras o la percepción de lo maravilloso a través de la tecnología. Ella dotó sus historias de un considerable trasfondo humanista y moral. Con su reciente muerte, el mundo de la literatura pierde no sólo a una prolífica autora, sino a una libre pensadora convencida del valor de la palabra como experiencia liberadora.
El ser humano siempre ha mirado el cielo en busca de respuestas, esa vastedad inimaginable que parece resumir el misterio y el temor hacia lo desconocido. Por ese motivo, quizá no sea en absoluto casual que casi todos los personajes de Ursula K. Le Guin también levanten la mirada asombrada hacia la bóveda celeste para hacerse preguntas, para cuestionar y, sobre todo, para intentar comprender la Grandeza —así, en mayúscula— de ese enigma que se extiende más allá de las estrellas. Porque para Le Guin, la búsqueda de respuestas lo era todo. Y ese es justamente el sentido de mirar esa vastedad, el secreto del mundo, lo que hay más allá de lo ordinario, lo asombroso y lo portentoso. Para la escritora, la palabra era una forma de creación asombrosa, tan inagotable como el infinito y con toda probabilidad, tan poderosa y temible como los misterios del Universo.
La literatura de género aún se considera menor, se asume como una curiosidad en esa interpretación de la Literatura lapidaria que no admite grietas de puro colorido imaginario. Muy poca gente duda del genio creativo de Virginia Woolf, o del de Doris Lessing en estado de gracia; mucho menos de una profunda Susan Sontag, tan cercana a la grandeza. No obstante, a Ursula K. Le Guin se le negó el reconocimiento mayoritario por las mismas razones arrogantes y quizá puramente académicas que minimizaron su trabajo: la literatura que se crea en estado puro siempre produce desconfianza. Y no obstante, los universos de Ursula K. Le Guin no son sólo inspiradas reinterpretaciones de la realidad, lo místico, el dolor y el poder; sino verdaderos tratados sobre la naturaleza humana, sobre la fragilidad del espíritu del hombre y su poder para soñar. Más allá de la Ciencia Ficción, Le Guin pondera sobre las debilidades y las virtudes de nuestra mente y espíritu; y lo hace con igual —o mayor— profundidad y agudeza que las que se suelen llamar con tanta pomposidad “Literatura Universal”.
Por otro lado, es asombroso que todos los personajes de Le Guin tengan siempre un elemento melancólico. Por ejemplo, un extranjero solitario en extraordinarios viajes literarios. Cabe preguntarse si no es la mejor metáfora que la escritora encontró para escribir esa travesía suya de escribir a contracorriente: contra la evidencia, contra el temor, contra el deber ser. Porque Ursula K. Le Guin jamás se conformó con lo obvio, y quizá por eso asumió esa titánica empresa de crear lo inexplorado. Mundo a mundo, palabra a palabra, aborda de manera apasionante temas universales como la diferencia de sexo, los prejuicios, los temores, los peligros de poder; pero siempre bajo el cariz de la fantasía que sana, que crea un simbolismo purísimo para transmitir un mensaje muy viejo. Para Le Guin, nada es ajeno. Para su imaginación, nada es desconocido.
En una ocasión, un periodista le preguntó a Ursula K. Le Guin cuál era la imagen más perdurable que tenía sobre el mundo real, siendo una prolífica creadora de mundos imaginarios. Le Guin sonrió y, según cuenta el periodista, le llevó junto a una gran ventana de la habitación donde conversaban. Los rayos del sol entraban a raudales por los cristales, creando pequeñas franjas de luz y sombra. La escritora tomó las manos del periodista y las hizo moverse entre las franjas resplandecientes entre la penumbra; un equilibrio pequeño, fugaz pero perceptible, entre dos fuerzas antagónicas. “La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz; las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes”, le explicó Le Guin con una sonrisa. Quizás esa sea la manera más profunda de describir esa búsqueda de la escritora de una visión mucho más compleja de la realidad; de esa lucha palabra a palabra contra lo evidente. “Somos creadores esenciales”, concluyó después; y el periodista diría que nunca olvidó la imagen, la sonrisa y la frase con la que la escritora culminó la entrevista: “siempre mirando el tiempo desde una perspectiva totalmente nueva”.
Hasta el último día de su vida, Ursula K. Le Guin continuó viajando hacia el interior de su mente y más allá de los límites del Universo mismo. Guió a sus devotos lectores a nuevas fronteras, los hizo explorar con invencible curiosidad su propio espíritu, nos permitió viajar con su compañía. Le Guin fue pionera del feminismo moderno, intelectual —aunque ella jamás se llamaría de esa forma—; fue polémica y poderosa, escribió siempre porque es lo que mejor sabía hacer para describir el infinito que mira con tanta atención. Nuestra vida, nuestras visiones del pasado y el futuro están llenas de mitos, de sueños, de aspiraciones, de esperanzas. Tal vez allí radique el éxito de Le Guin, quien insistió más de una vez que “la Ciencia Ficción es una metáfora de la vida”; una visión asombrada de quienes somos pero, sobre todo, de quienes podemos ser.
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